Editorial La balandra · Nro. 4
Un año pasó desde aquel octubre de 2011, cuando La balandra asomó su proa. Un año de hacer amigos, sumar talentos, cosechar generosos elogios y augurios conmovedores. Lo celebramos con un número especial, con el que pretendemos honrar la transición que nos llevó desde aquel sueño sólo timoneado por las ganas hasta esta loca pasión que nos mantiene despiertos. Invierno-primavera. La transición entre dos estaciones que nunca se piensan fusionadas a pesar de lo inseparables que resultan. La metáfora sencilla de un estado a otro, de autores novatos a profesionales, de textos inéditos a publicados, de movimiento literario que se inicia a Nueva Generación. Todo lo que la “madre” literatura haya dado a luz y lo que ella acune apostando a su maduración será celebrado en este número, porque sabemos que no es en lo rígido o instituido donde el narrador descubre el germen de su obra sino en el tránsito, en el cambio. Ahí reside el modus operandi del universo. Decía Flaubert: “De jóvenes solemos preferir los meses vulgares, la plena temporada. A medida que envejecemos, vamos aprendiendo a gustar de las épocas intermedias, de los meses indecisos. Quizá sea una forma de reconocer que las cosas jamás volverán a tener su antigua certeza”. Y qué otra cosa es esta revista que un puñado de dudas, qué otra cosa es la tarea literaria sino una absoluta falta de certezas. Por eso La balandra celebra así su primer año, y ratifica el rumbo, desde la débil penumbra donde germinan los mejores sueños, hacia una nueva etapa que esperamos sea de florescencia y resplandor. El viaje recién ha comenzado, amigos. Gracias por seguir ahí.
Alejandra Laurencich