El escritor como lector: Juan Ignacio Boido

En otro planeta

El golpe que de chico planeaba darle a la biblioteca de su colegio; cómo terminó, una noche, encerrado en el placard con un libro y una linterna; su mirada de la ficción como un recuerdo de lo que nunca ha ocurrido. De todo esto y mucho más nos habla el autor de El último joven y flamante editor del sello Random House Mondadori Argentina, a la hora de contarnos su recorrido como lector.

—¿Se leía en tu casa? ¿Se hablaba de libros?

–Se leía mucho, y también se hablaba de libros: los libros eran parte natural de las conversaciones y de la casa. A veces creo que soy hijo de una época por haber crecido en ella y de otra por los libros que había en la biblioteca familiar. Las antologías de Jorge Álvarez, los Borges y Bioy, los Grandes Novelistas de Emecé, los Sudamericana del Boom, los bestsellers de la Guerra Fría de Grijalbo, los best-sellers anuales de Silvina Bullrich, el viejo catálogo de De La Flor, los libritos del Centro Editor de América Latina, los Falbo Editor mezclados con los de Eudeba… Todo convivía en armonioso desorden. Era una biblioteca que estaba muy viva, en la que uno podía ver el paso del tiempo y de las épocas en la vida de mis padres. Sobre esa biblioteca yo después empecé a montar la mía. De hecho, cuando me fui a vivir solo, lo único que me llevé de la casa de mis padres fueron libros. ¡Y más de una vez me llamaron para reclamarlos! Todavía negociamos algunos rescates… Pero también me acuerdo que la lectura nunca era obligatoria, nunca me dijeron o me impusieron que tenía que leer. Vivía en un departamento y en la televisión había tres canales que empezaban después del mediodía. Hasta había que ir a la biblioteca para hacer los deberes: no había Google sino enciclopedias. Supongo que todo eso ayudó a que fuera desarrollando el hábito de leer, pero en el fondo es imposible de saber. Tengo miles de horas encima leyendo en la playa los libros de verano que mi madre llevaba de vacaciones, y todavía me acuerdo la sensación extraordinaria de levantarme en medio de la noche para ir al baño y encontrar a mi padre con la lámpara de la mesa de luz encendida, leyendo. Pero es raro: hoy hablo con ellos, y todo esto les parecen exageraciones. Quizá tengan razón, quizá sean todas magnificaciones de niño. Pero quizá eso sea también la literatura.

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