Editorial La balandra · Nro. 3

Después de aquella primavera explosiva con la que iniciamos nuestro viaje, luego de la fiesta del verano, en la que el sol nos dio el ímpetu para expandirnos y crecer imitando lo que nos daba entorno: el correr de la savia, el atrevimiento de los frutos, a La balandra le toca ahora cruzar una estación en la que las fuerzas parecen replegarse, advertirnos sobre un final. ¿O no es la sensación de “se acabó lo que se daba” la que primero nos invade cuando miramos un jardín que va menguando en su exuberancia estival, cuando cerramos por la noche las ventanas?

Se acabó lo que se daba es una frase difícil de aceptar. Es, quizá, la que pudo haber murmurado el escritor Daniel Moyano, al emprender su destierro. La que pudo haber llevado a John Kennedy Toole al suicidio, o la que golpea a cualquier otro autor cuando, luego de terminar una novela a la que ha dedicado años de entusiasmo y esfuerzo, enfrenta el rechazo de uno, dos, o varios editores. La frase que surge, impiadosa, frente a la muerte de un gigante como Luis Alberto Spinetta, símbolo de juventud, de inagotable creatividad. De todo ello damos testimonio en este número. El otoño ha llegado. Pero toda esta tristeza, esta comprobación melancólica de lo que cae y finaliza, instalándose en el alma y anticipando el invierno, ese estado al que tiende a aferrarse el hombre para justificar el abandono de toda esperanza, tiene una posibilidad de lectura mejor, aunque no tan evidente y gráfica como la de un árbol perdiendo sus hojas hasta quedar desnudo: la perseverancia.

El otoño es para La balandra la fuerza implacable de una naturaleza que, sin flaquear ante el verano, ante ese espectáculo exuberante de la luz y de los frutos, persevera en la necesidad de imponer la continuidad de los ciclos. Un estado de pérdida aparente que no es más que afirmación de que la Vida está en marcha: no hay artilugios que logren quebrar su persistencia, ni argumentos que detengan su poder. El verano más radiante es herido por el otoño y liquidado en el invierno. Sólo este duelo soberbio garantiza que el mundo pueda darnos otra primavera.

Tomamos entonces la fuerza del otoño. Gracias a la perseverancia, como veremos en este número de La balandra, muchas obras literarias han podido ver la luz finalmente y han cosechado frutos. Gracias a la perseverancia, han podido nacer carreras literarias sólidas, erigirse magníficas librerías, escribirse relatos poderosos sobre la muerte y la destrucción. De todo esto también damos testimonio en las páginas que siguen, para ratificar esta otra posibilidad de lectura: hay algo que el otoño es y que no se ve en la superficie, sino en su despliegue temporal, silencioso y firme. Quizá, entonces, podamos ver a este ciclo como un tiempo que nos anima a confiar, a sentirnos a resguardo dentro de esa totalidad que nos incluye y nos susurra: la Vida continúa.

Alejandra Laurencich