Cómo empecé: Hernán Casciari

HERNÁN CASCIARI

Posición adelantada

Cómo empecé · Hernán Casciari

 

Como los antiguos alrededor del fuego pero desde una pantalla de computadora, el pibe carismático que creció sin mapas ni manual de instrucciones, que llegó a ganar el Premio de Cuento Juan Rulfo y renunció a los privilegios laborales para jugar su propio juego –fundar la maravillosa revista Orsai, un blog ya célebre, una editorial, un espacio multifacético que incluyó una universidad de periodismo– logró generar un fenómeno de características inusuales a través del acto de contar historias. Hoy, este mercedino ilustre radicado en Barcelona comparte con nosotros el recorrido por sus inicios, su encuentro con la literatura y, en exclusiva, el manuscrito de Más respeto que soy tu madre, su novela emblemática. Un “posición adelantada” aplaudido por una verdadera comunidad de seguidores en los cinco continentes y que sigue sumando, día a día, más pasión. De Mercedes al mundo.

Entrevista de Ivana Romero

“Una tarde preciosa que lloviznaba, aburrido de cargar con el yeso, me puse a escribir por primera vez. Descubrí que escribir era lo más parecido a parpadear: podías decir lo que se te ocurriera, también cosas que no eran ciertas o insultos, sin que nadie se diera cuenta de nada. No me salía mal escribir. Pero entonces vino mi mamá, me dijo que para ser católico no me hacían falta todos los brazos, y me mandó a hacer la comunión”, escribe Hernán Casciari en un tramo de El pibe que arruinaba las fotos, editado por Orsai en 2009. Se podría decir que ése es un libro de memorias pero, en realidad, Casciari se ocupa todo el tiempo de transformar su memoria en escritura. Y al mismo tiempo que escribe en clave autobiográfica, va generando una fuerte empatía con eso que cuenta, como si fuera un amigo que se sienta a hacerte matar de risa mientras se comparte la sobremesa. “El humor es el descanso para incentivar a seguir leyendo, para enganchar al que está leyendo. Yo no puedo escribir seriamente mil palabras sino que necesito ponerle chistecitos en el medio porque sé que ayudan, especialmente al que no está acostumbrado a leer, a seguir”, cuenta este escritor que dice que no se cree muy escritor sino, más bien, un tipo que cuenta historias. Es una tarde de invierno en la Feria del Libro. En un rato, Casciari firmará ejemplares de sus libros y, también, de su flamante revista Bonsai. Le llevará tiempo la tarea porque la cola es larguísima, hay gente de todas las edades. La entrevista seguirá durante el año, por Skype, desde Sant Celoni, un pueblo cerca de Barcelona adonde se mudó en 2007 con su mujer Cristina y su hija Nina.

Una apretada síntesis biográfica dirá que Casciari nació en Mercedes (provincia de Buenos Aires) en 1971, que además de El pibe que arruinaba las fotos escribió la novela Más respeto que soy tu madre (un hit lo suficientemente exitoso como para convertirse en obra de teatro estrenada por Antonio Gasalla en calle Corrientes, y que sigue brillando con el reciente estreno de su segunda parte). Pero, también, que es autor de relatos publicados como libros –es el caso, por ejemplo, de Charlas con mi hemisferio izquierdo– y de muchos otros reunidos en su blog personal Orsai. También ése es el nombre de la revista que se prolongó a lo largo de tres años y dieciséis números y que se sostuvo gracias a un ingenioso sistema donde los mismos lectores se encargaban de su distribución (y de pagar cada número como auténticos fans en la puerta de un recital). Ahora, Casciari está embarcado en una revista para chicos, la deliciosa Bonsai que, como su hermana mayor, reúne a un nutrido grupo de ilustradores y escritores, y continúa dando charlas y conferencias por todo el mundo. Pero el tema de esta entrevista no es el ahora sino el antes.

–Hace un tiempo, en tu blog subiste una lista de nueve libros importantes para vos, muchos de ellos leídos durante tu infancia. ¿Cómo empezó tu fascinación por escritores como Arthur Conan Doyle (el de Sherlock Holmes pero también el de El mundo perdido) o Mark Twain?

–Todo lo que leía a los nueve años venía de una bolsa de arpillera de una tía mía. Cuando ella tuvo que desmantelar su casa de adolescente, me dejó sus libros en esa bolsa gigante que mi abuelo materno, que vivía en San Isidro, interceptó. Entonces armó dos paquetes distintos: uno con lo que sí podía leer a esa edad y otro con lo que no. Mi vieja subió las dos bolsas al baúl del auto y las llevó a Mercedes. Puso la bolsa prohibida en el lavadero y dejó la otra en mi pieza. Cuando mi viejo y mi vieja se iban, yo buscaba la bolsa prohibida y leía todo lo que podía con placer clandestino. Si no hubiese tenido ese quiebre, quizás la literatura no me hubiese interesado tanto. El placer lo genera la prohibición. Es lo contrario del colegio, donde te obligan a una lectura y desde el momento en que te obligan, no te dan ganas de hacerlo.

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Se puede acceder a la nota completa en el Número 10 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.