Literatura colombiana contemporánea. La sangre y el amor

Dossier Colombia

Por Laura Massolo

Miro la bellísima extensión del Valle del Cauca desde las galerías de la Hacienda “El paraíso”. Aquí se gestó María, la canónica novela romántica de Jorge Isaacs. Con la exuberancia del paisaje convive la extraña advertencia de peligro: hay huellas. Se perciben, se tocan, se oyen, como las cifras inverosímiles de mutilados, como la avioneta que adorna la entrada de la hacienda “Nápoles”, propiedad de Pablo Escobar. Se cuentan muchos miedos, muchas muertes, se habla de resignación. Aquí, en “El paraíso”, una pareja con trajes de época posa para una foto: María se abandona en las manos de un Efraín que lleva un rifle colgado de su hombro. Entonces pienso que Colombia es la sangre y el amor, y ya no puedo regresar de ese enunciado.

La riqueza de la tierra se contrapone con la pobreza de algunos pueblos; el peso de una tradición de violencia, con la cordialidad de la gente. Este país se abre al mundo con una voluntad que busca erguirse por sobre las otras expresiones culturales de Latinoamérica. La literatura es, quizá, una de las pruebas más fehacientes. Comandados por la pujanza de un premio Nobel y por encima de cualquier encorsetamiento, los escritores colombianos han acatado la ruptura impuesta por una realidad sociopolítica en la que resulta inaceptable que los personajes puedan levitar. La controvertida herencia que dejó el gran Gabo demuestra, una vez más, que las letras colombianas están entrañablemente unidas al acontecer político. Así como William Ospina, hijo dilecto del Nobel, se internó en los orígenes de la historia en El país de la canela –Premio Rómulo Gallegos–, la corriente llamada McOndo proclamó que el predominio del realismo mágico significaba una barrera para que otros autores tuvieran acceso al mercado editorial internacional. Oponiéndose al folclore pintoresco del boom, las nuevas generaciones tienden a reflejar la marginalidad, la ciudad, la corrupción, la acción de los grupos armados y la crónica roja.

[…]

Se puede acceder a la nota completa en el Número 10 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.