Nociones de oficio: Principio de Economía
Esta sección va dedicada a todos los que buscan iniciarse en el oficio de narrar y a los lectores que, sin tal necesidad, quieren conocer algunas de las posibles cuestiones a las que se enfrentan los autores de narrativa. Está basado en la experiencia directa de los talleres literarios coordinados por su autora a lo largo de los años, que ha sido recopilada en el libro El taller. Nociones sobre el oficio de escribir y que, desde marzo del año pasado, se encuentra publicado por el sello Aguilar.
Por Alejandra Laurencich
Es hora de analizar uno de los principios más claros y rectores de la creación literaria: el principio de economía. Suponemos que, a lo largo de todas las nociones de oficio que hemos compartido en los diferentes números de La balandra, ha quedado implícitamente establecida la importancia fundamental de esta máxima: en literatura también, menos es más. Y esto vale tanto para el contenido como para la forma: si podemos contar nuestra historia apoyándonos en el desarrollo de tres personajes, por qué hacerlo con cuatro o cinco. Si con un párrafo podemos describir un lugar, por qué hacerlo con dos. Si podemos expresar algo con una sola oración, por qué utilizar seis o siete. Si la sola mención de un sustantivo logra nuestro objetivo, por qué adicionarle un adjetivo. Un gesto puede potenciar una acción, dos o tres pueden destruirla. El silencio en una respuesta puede abrir un mundo, la explicación de ese silencio puede clausurar su significado. Un conflicto basta para construir un cuento.
Nunca será suficiente la insistencia sobre este punto: todo lo que puede evitarse, en literatura deberá ser evitado. Las omisiones y tachaduras en nuestros escritos serán mucho más valiosas por lo general que los agregados y explicaciones. Y hay una razón muy contundente que explica esta lógica. Al empeñarnos en dar un detalle demasiado acabado de nuestras historias, negamos al lector el poder de introducir en ellas todo su mundo, su imaginación y sus vivencias. La lectura implica una reconstrucción llevada a cabo por el lector de aquello que le es presentado por el autor. Entonces, debe haber un margen para que esa sociedad produzca el fruto. Y el autor deberá acostumbrarse a confiar en ese socio, en todo lo que ese socio tiene para aportar. No lo subestimemos, sepamos que si escribimos un manantial, ese socio sabrá imaginar la frescura, la musicalidad del agua, quizá el verano y hasta un paisaje bello alrededor, y lo que es mejor: seguro apelará, para hacerlo, a su memoria, por lo que ese manantial se convertirá en uno único y especial, muy superior al manantial que podría entrever si le decimos: Un manantial de aguas tan frescas y palpitantes, cristalinas, brotando incansables, musicales como una melodía de ensueño que envuelve nuestro espíritu y lo acompaña a regiones insondables a las que sólo un alma pura puede acceder… Lo mismo ocurrirá si hablamos del dolor, de un anciano, o de un terremoto.
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