Opinión: ¿Qué es una crítica honesta?
Vanidad o resentimiento, aplausos que se suman ciegamente a los aplausos, piedras que se arrojan por prejuicio o ignorancia, medios que se lavan las manos. ¿Cómo encontrar en medio del caudal diario de críticas literarias aquella que puede considerarse libre de estos vicios? ¿Y cómo escribirla o ejercerla?
Por Elsa Drucaroff
Aunque parezca mentira debo decir que una crítica honesta es una crítica que leyó el libro. Se publican muchas críticas sin leer los libros.
Para algunos el único objetivo es ver su propio nombre impreso. Hojean lo que critican, no leen por pereza, hablan vagamente, amables y mediocres, evitan cualquier conflictividad.
Otros no leen no por holgazanes sino por prejuiciosos: “para qué leer, si ya sé lo que es”. Rodrigo Fresán, escritor con éxito de mercado, fue atacado por tener una prosa previsiblemente realista, periodística y directa. Sin embargo Fresán nunca escribió así. Puede gustar o no, pero como sabe cualquiera que sí lo leyó, jamás se lo podría describir de ese modo. Al contrario, utiliza ese tipo de prosa que reflexiona sobre la escritura, crea situaciones ajenas al realismo y exhibe alto capital cultural, todos guiños que gustarían en la academia. Pero lo que nunca gusta en la academia es que los lectores descubran a alguien por su cuenta; entonces, el prejuicio: si le fue bien con “gente común” (burda, tonta, jamás especializada como ellos), no puede escribir de otro modo que como un periodista masivo; no leamos, publiquemos, eso sí.
En casos extremos de deshonestidad el libro no se lee por odio personal o para construirse una pelea y visibilizarse por eso. La crítica es un pretexto para atacar al autor que no se leyó. Una diatriba contra Museo de la revolución, de Martín Kohan, atacaba a la novela porque nunca concretaba la relación sexual de los protagonistas, hecho del cual se extraían desmesuradas conclusiones que iban desde la cobardía de esa ficción hasta el insulto casi personal contra un escritor reprimido que no (se) permitía el sexo. A la idiotez del razonamiento se sumaba la flagrante mentira: muchas páginas finales de Museo de la revolución cuentan detalladamente esa relación sexual que según el crítico no existe. Señalé semejante “error” al director de la revista que publicó el artículo y obtuve una respuesta indigna: “En esta revista pedimos las notas, entonces las publicamos como nos las dan”.
De este último ejemplo sale otra conclusión: una crítica honesta no depende de la honestidad de quien la hace; debe ser exigida por la línea editorial. La misma revista debe denunciarla si alguien demuestra que se hizo sin lectura previa. Los diarios piden disculpas cuando sus periodistas publican algo que es flagrantemente desmentido pero, que yo sepa, las numerosas críticas publicadas que afirmaron mentiras sobre lo que figura en el libro no tuvieron consecuencias, quienes las firman publican cómodamente en los mismos lugares. No pasa eso con quienes se atreven a hablar mal de un libro que por una coyuntura de política cultural, editorial o académica, todos elogian. Esos artículos a veces eluden presiones y censura pero suelen ser los últimos con esa firma que aparecen en un medio.
[…]
Se puede acceder a la nota completa en el Número 10 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.