Bonus Track · La transfiguración genérica

Aquí, la ponencia completa cuyo avance publicamos en la nota Poesía y Microficción, en la sección Opinión de la edición papel del número 9 de La balandra.

 

Reflexiones en torno a BOSQUE DE OJOS y ÁRBOL DE FAMILIA

Por María Rosa Lojo (1)

Nunca he creído demasiado en las rígidas taxonomías genéricas (o nunca las he practicado). En los últimos dos años, ese escepticismo floreció en la publicación de dos libros propios hasta cierto punto inclasificables: Árbol de familia (2010) y Bosque de ojos (2011).

Bosque de ojos podría considerarse, sin embargo, el más antiguo de ambos. Reúne cuatro obras, tres de ellas publicadas anteriormente; se trata de Visiones (1984), Forma oculta del mundo (1991) y Esperan la mañana verde (1998); a ellas se suma la hasta ahora inédita Historias del Cielo, concluida en 2010. Visionesrepresentó mi ingreso en la literatura llamada creativa o de ficción. Al menos, el ingreso público, ya que fue mi primera obra publicada en este rubro. Ganó el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires para autores inéditos, cuyo jurado lo integraban tres prestigiosos poetas: Alberto Girri, Olga Orozco y José Isaacson. Pero no deja de ser significativo que, durante la presentación en la Feria, el tercer jurado, también muy conocido como crítico y especialista en estética, se sintiera obligado a justificar la concesión del premio y la índole poética del libro, dado que éste se había escrito en prosa. No es que la forma “poema en prosa” fuese en la Argentina tan desconocida o exótica; sus orígenes eran claramente identificables en Charles Baudelaire y las vanguardias históricas. Pero la prosa de condición lírica escrita en nuestro país constituía más bien una cripto-tradición: un linaje o un legado semiocultos, que han puesto en valor y en cierto modo, desenterrado, los recientes estudios teóricos e históricos sobre la mini o microficción como nueva categoría literaria (Lagmanovich, 2006; Noguerol 2008). Desde Ángel Estrada, con sus cuadernos de viaje (Calidoscopio, 1911; Las tres gracias, 1916), a Leopoldo Lugones, con los textos de Filosofícula(1924), puede considerarse abierta una tradición de prosa breve marcada por la inflexión lírica, que encontraría luego diversas modalidades en autores vanguardistas como Oliverio Girondo, post-vanguardistas, como Alejandra Pizarnik, o en clásicos ya universales, como Jorge Luis Borges, hasta llegar a los muchos autores y autoras que siguen cultivándola en nuestros días, en que casi ha dejado de usarse, empero, la categoría “poema en prosa”, para apelar a la más amplia de “micro o mini ficción”, donde conviven textos más líricos con otros más narrativos, reflexivos o humorísticos, todos ellos unidos bajo el paraguas de la prosa breve. Por otro lado, dentro del campo de la poesía y la poética, hoy, en el siglo XXI, el problema planteado antes por la aparente antinomia poesía/prosa, parece haberse diluido. La reciente antología 200 años de poesía argentina, a cargo de Jorge Monteleone, publicada por la editorial Alfaguara con motivo del Bicentenario, recoge, además de la poesía en verso, muchos textos poéticos escritos en prosa por poetas de distintas generaciones, movimientos y estéticas: desde Storni o Girondo hasta los contemporáneos: Inés Aráoz, Daniel Gayoso, María Negroni, Mercedes Roffé, Víctor Redondo, Mario Sampaolesi, María del Carmen Colombo, Liliana Ponce, pasando por Bustriazzo Ortiz, Rubén Vela, Arnaldo Calveyra, Juan José Ceselli, o incluso los aforismos líricos de Antonio Porchia(2). La posible dicotomía poesía en verso/[poesía en] prosa no está problematizada en la Introducción del antólogo. En cambio, lo que la naciente teoría de la microficción sí cuestiona o replantea es la relación discurso poético/discurso narrativo y la conveniencia, o no, de asimilar las ficciones en prosa breve donde predomina la función poética, a los microrrelatos. David Lagmanovich ha señalado las vecindades y afinidades entre microrrelatos y poemas, tanto en cuanto a la posibilidad de escribir un microrrelato, por ejemplo, en forma de verso (o de introducir versos en él), como en ciertos procedimientos de cierre: la inversión, la repetición, o en lo que hace al proceso intuitivo de gestación de ambos, a los inicios (la similar importancia y función de los títulos), y a la elaboración escritural, que en los dos casos, a través de sucesivas versiones, busca la síntesis y el despojamiento, la depuración del ripio, de la palabra superflua. No obstante, concluye Lagmanovich, si los microrrelatos pueden adoptar la forma del poema o parecerse a él, dada su calidad proteica, los poemas “sólo saben ser poemas”, sobre todo en lo que respecta a la falta de importancia de lo sucesivo, de la narratividad propiamente dicha, en estos textos poéticos. Su objetivo es ante todo capturar el destello, el relámpago, la iluminación, la visión(3), o, añadiría, el “instante eterno”. En este sentido, podríamos considerar que la prosa de ficción breve incluye tanto los micro o minirrelatos, como lo que se solía llamar “poema en prosa”. El subtítulo de Bosque de Ojos: “microficciones y otros textos breves”, se hace cargo de esta amplitud. Los dos primeros libros podrían ubicarse más nítidamente dentro del “poema en prosa”, mientras que los dos últimos emplean con más asiduidad la secuencia narrativa que los dos anteriores; también, dentro de los textos breves, hay algunos poemas propiamente dichos, cortados en versos, tanto en el segundo libro, cronológicamente hablando, como en los dos finales.

No obstante, y en coincidencia con críticos como Cristina Piña y como Jorge Monteleone, que se han ocupado de Bosque de Ojos, creo que, más allá de los diversos grados de narratividad o de reflexión que puedan hallarse en estas prosas breves, todas ellas, desde su constitución híbrida, participan de lo poético y desembocan en la poesía(4). No es la narratividad, creo, la barrera que divide aguas entre relato y poesía. Es que tampoco existe, en realidad, división de aguas, entre el minirrelato y la minificción poética, sino un añadido: ese exceso o desborde, esa otra vuelta de tuerca, que podríamos describir como la capacidad transfiguradora de lo narrativo en símbolo polisémico, mediante la imagen y la música verbal que desautomatizan (Shklovski) la percepción, mediante la subversión de la literalidad y la apertura metafórica hacia otra dimensión semántica. No todos los minirrelatos la buscan. Pero algunos microrrelatos sí lo hacen y por eso pueden ser llamados poéticos.

Como acabo de señalar, si pienso en mis primeros dos libros de minificción: Visiones y Forma oculta del mundo, creo que predominan en ellos lo descriptivo y expresivo sobre la narración. Lejos del entorno de la ciudad moderna que se asoció al surgimiento del poema en prosa en el siglo XIX, ambos libros abren continentes interiores, paisajes anímicos (de algún modo, cualquier paisaje lo es, desde su construcción como tal), horizontes míticos, lugares originarios, siempre difusos en su carga simbólica. El tercero, Esperan la mañana verde se adentra en espacios cercanos y lejanos, presentes e históricos, pero nombrables, identificables: la casa, la pampa del malón, Teotihuacán, Humahuaca, Finisterre o Santiago de Compostela, que no por ello dejan de reconfigurarse en una mirada subjetiva y transformadora(5). El último de los libros reunidos en Bosque de ojos: Historias del Cielo, se lanza a la exploración de lo que en él se llama “Cielo”: lo inaccesible e indescriptible allí dibujado, sin embargo, de múltiples modos a través de objetos concretos, aunque desajustados y fuera de lugar. Tanto en Esperan la mañana verde, como en Historias del Cielo, más narrativos, hay sujetos que realizan múltiples acciones, premeditadas o absurdas, y a veces, con un final sorprendente, como en el recorrido de un cuento. Pero esos relatos, esas acciones, no existen por sí mismos, desembocan en lo perturbador, inaprehensible e inquietante de una percepción reveladora que puede ser, por qué no, un inenarrable olor, como en el texto “El olor del Cielo”:

Un día por año, durante una hora, es posible abrir la puerta del Cielo. El único requisito es estar atento para percibir el resplandor muy leve que dibuja en la pared de enfrente los contornos delicados y precisos de una puerta.

Hay que empujarla con las dos manos y apoyar después todo el cuerpo, suavemente. Se sabe que uno ha entrado sólo por el olor del Cielo, que es peculiar e inolvidable y no se parece a ninguno de los olores de la Tierra, ni siquiera al jazmín del Cabo o a la algalia, o al clavel suntuoso o a las rosas de Cádiz, o al almizcle.

No es posible recordar nada más porque el olor del Cielo marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos. Nadie puede relatar, por tanto, su visita al Cielo porque su único recuerdo es un olor, y éste es indescriptible, e imperceptible para todos los demás seres humanos. Pero sí puede presentar la prueba, porque detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la Luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla(6).

Por eso constato, en mi propia práctica, el carácter híbrido de la minificción, en tanto “texto fronterizo que combina las características de la narración y la revelación poética. Comparte con la poesía ese origen que tiene la forma de un destello, de un chispazo, de una iluminación.” (Lojo en Diego Rojas, 2011). Lo narrativo, cuando existe, se subordina a este efecto, que se halla tanto en la génesis como en la resolución final. El relato, en vez de desarrollarse y complicarse, como en el cuento típico y la novela, “se precipita, eclosiona, estalla en poesía pura(7)” (Lojo en Depetris, 2004: 193).

El otro texto atípico es Arbol de Familia, presentado y catalogado por la editorial Sudamericana como una “novela”. Las catalogaciones son requeridas por el mercado del libro y también por la enciclopedia del lector promedio y su horizonte de expectativas, basado en lo que ese lector no especialista sabe sobre los géneros literarios. No obstante, la oferta de Arbol de familia encierra trampas. En principio, no es una novela con comienzo, trama y desenlace. Aunque no se trate de un experimento narrativo, carece de lo que se llama un argumento unitario. En consonancia con su título, la estructura es la de un árbol de historias, trazado sobre la imagen del árbol genealógico con sus ramas paterna y materna. Tampoco se cumple el “pacto autobiográfico”, sobre todo por un aspecto: no hay un yo narrador dispuesto a confesarse. La supuesta autobiografía se vuelve más bien biografía familiar, mientras el “yo” juega a las escondidas, apareciendo y desapareciendo detrás de los personajes. Lejos de la exhaustividad, abierta a la imaginación y la conjetura, se sostiene en las impresiones (trabajadas por la memoria de ese yo elusivo), de lo que se ha vivido y de lo que se ha oído. De aquello, sobre todo, que se ha oído narrar a otros, en una suerte de trance que implica también la recuperación de la más lejana lengua madre: “La escritura me resultaba extrañamente fácil, como si un coro de voces ajenas se hubiese instalado en mí por un prodigio de ventriloquia. Las historias me llegaban casi habladas y hechas, desde una profundidad remota. Las metáforas y los paisajes se construían solos, como vistos en sueños. Se cruzaban en los textos la escucha y la invención: lo que había sido se mezclaba con lo que pudo ser, las vidas reales eran imaginarias y las imaginarias, reales. Comencé a vivir con intenso placer, aun en los tramos más duros de los relatos, donde sólo había sucedido el dolor, un hecho extraordinario: la recuperación de un idioma sepultado, un ritmo natural que me bailaba en el oído, un tesoro léxico que se injertaba en la lengua argentina y mestiza de la contemporaneidad inmediata. Volví a escuchar los ecos del castellano peninsular que yo misma había hablado, con “ces” y con “zetas”, niña solitaria, por mucho tiempo hija única, en una casa de adultos completamente española, donde se decía “tú” y se pensaba en “vosotros”. Un círculo cerrado de gallegos y madrileños que sólo iba a romperse con el ingreso en la escuela. Nunca como en este libro, escrito y asumido, sin embargo, desde la primera persona, me sentí más deudora de una lengua que -como decía Schiller- hablaba por mí, ni fui más representante de un sujeto colectivo, sin que esto supusiera el abandono de esa inconfundible entonación o marca personal a la que todos los escritores aspiramos.(8)”

La “escritura del yo” se vuelve así también el trabajo de un sujeto colectivo. La novela, un árbol de historias entrelazadas, unidas por un móvil punto de cruce, donde ellas convergen: ese punto, ese centro excéntrico, es el “yo” que se desplaza de un tema al otro, de un tiempo al otro, de un personaje al otro y los enlaza en un subterráneo trabajo de filigrana. El carácter y la disposición de las historias correspondientes a diversos personajes y que pueden leerse con cierta autonomía, motivó que en una entrevista se calificara esta obra como un “cultivo de microficción(9)” (para seguir con el registro vegetal y arboréo). Tal vez sea exagerado llamar “microficciones” a estos relatos, que responden más al formato de cuentos normales, por su extensión. Pero son “micro” en comparación con la obra propuesta como novela, tomada en su conjunto. Y también son microficciones en otro sentido: por la hibridación con la poesía, que atraviesa la escritura, sobre todo desde la continua subversión de la metáfora, que se cristaliza en imágenes eje, como la del corredor, ese lugar donde “no hay descanso”, donde “se está y no se está”, que une los dos mundos de la familia, a uno y otro lado del océano. Fragmentos epistolares, romances antiguos, canciones populares cruzan también el relato y se imbrican en la voz de los personajes.

Lo que llamo “transfiguración genérica” en estos textos supone entonces, ciertos virajes: de la narración hacia la poesía, de la novela al cuento y la microficción, del yo autobiográfico al sujeto colectivo. Virajes cimentados y acompañados por la migración de figuras poéticas de un género al otro. En este sentido, la microficción ha funcionado generalmente para mí como una matriz intratextual. Las imágenes-símbolo surgen primero en los textos breves y operan genéticamente en los textos narrativos de largo aliento, a la manera de anticipaciones o condensaciones de sentido(10) y dejan su estela a lo largo del relato, como una constelación. La imagen del Finis Terrae, del non plus ultra, encarnado en el punto geográfico concreto del mismo nombre, en la costa gallega, aparece por primera vez en una de las microficciones de Esperan la mañana verde –1998– (“Finisterre a.C., antologada en el mencionado tomo bicentenario de Monteleone) y retorna como eje icónico central que le da su título a la novela Finisterre (2005). Aterradora figura de lo sagrado, límite a superar por el salto en el vacío hacia lo más profundo del ser, vuelve también en Árbol de familia, al final de la Primera Parte, en el capítulo titulado “Finisterre”, donde las ánimas de una Santa Compaña dispersa por el planeta de la migración y de la diáspora, se dan cita en el Fin de la Tierra para ingresar al País de los Muertos y son las mujeres las que se lanzan, primeras, hacia el fondo secreto: “Así, desnudas, luminosas como mañanas verdes, rozan el fondo ciego del Abismo y se enciende para ellas la antorcha de la ceguera y les muestra la grieta que comunica los mundos y se les abren las Puertas del Paraíso.” (143). A su vez, la imagen de la madre-vampiro(11) surge por primera vez en un texto poético en verso publicado en 2004 como “Madres”, en la Memoria del Festival de Poesía de Medellín(12), para reelaborarse en Árbol de Familia en la figura de doña Ana, prisionera de su propia locura. El poema entero retorna, pero reescrito en prosa, en “La madre, la hija”, de Historias del Cielo (2010).

Podría mencionar muchos más ejemplos de esta continua transmigración o transfiguración, pero los omitiré por razones de espacio. Diría, para terminar, que durante las tres décadas en que fui escribiendo las obras ahora reunidas en Bosque de ojos, las imágenes-símbolo forjadas en esta visión microficcional, fronteriza, motivaron los textos narrativos extensos, y quedaron también en lo más profundo de ellos, a la manera de un ADN, de una marca de fábrica. En esas imágenes genéticas se resume o se cifra cuanto he escrito. Estuvo siempre contenido allí como potencialidad poética, y al desplegarse en más amplios flujos narrativos, vuelve sin embargo, una y otra vez, a ese origen medular. Quizás porque toda literatura existe para desembocar en la poesía(13). O porque en el comienzo y el fin de la narrativa, cuando ésta es algo más que anécdota, la poesía irradia siempre su poder transformador y transfigurador.

 

Bibliografía citada

Fuentes primarias

“Madres”. Memorias XIV Festival Internacional de Poesía de Medellín. Revista de Poesía Prometeo, nºs 68/69. Año XXII (2004): 112-113.

Árbol de familia. Buenos Aires: Sudamericana, 2010.

Bosque de ojos. Microficciones y otros textos breves. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.

Monteleone, Jorge (ed.). 200 años de poesía argentina. Selección y prólogo de Jorge Monteleone. Buenos Aires: Alfaguara. 2010.

 

Crítica y entrevistas

Depetris, Carolina. “La inexorable tentativa de la poesía. Preguntas a María Rosa Lojo”. RILCE: Revista de filología hispánica, Vol. 20, Nº 2, 2004: 191-198. Rilce, 2004.

Friera, Silvina. “María Rosa Lojo y su última novela, Árbol de familia. ‘Sentí que yo no era yo, sino un sujeto colectivo.” Página 12, 15 de marzo de 2010.

Lagmanovich, David. “La minificción argentina en su contexto: de Leopoldo Lugones a Ana María Shúa”. El Cuento en Red. Revista electrónica de la ficción breve. Nº 13. Primavera 2006. “Microrrelatos y poemas”. Luisa Valenzuela, Raúl Brasca y Sandra Bianchi eds. La pluma y el bisturí. Actas del 1er Encuentro Nacional de Microficción. Buenos Aires: Catálogos/SEA, 2008. 151-165.

Lojo, María Rosa. “Los libros y la Nación, según María Rosa Lojo”. Entrevista de Diego Rojas. ADN, La Nación. 28 de enero de 2011.

Noguerol, Francisca. “Aguijones de luz: imagen y ritmo en los textos breves de María Rosa Lojo”. María Rosa Lojo: la reunión de lejanías. Juana A. Arancibia, Malva E. Filer y Rosa Tezanos Pinto eds. Westminster: Instituto Literario y Cultural Hispánico, 2007. 79-95.

“Minificción argentina, éxtasis de la brevedad”. La pluma y el bisturí. Actas del 1er Encuentro Nacional de Microficción. Buenos Aires: Catálogos/SEA, 2008: 167-186.

Piña, Cristina. “Bosque de ojos y Libro de las Siniguales y del único Sinigual”, de María Rosa Lojo: poema en prosa, microficción y microlegendarium. Ciclo de Encuentro con Escritores de la Universidad del Salvador. En prensa en la revista Gramma.

Rodríguez Francia, Ana María. “Los poemas en prosa”. La disolución en la obra de Alejandra Pizarnik. Ensombrecimiento de la existencia y ocultamiento del ser. Buenos Aires: Corregidor, 2003: 84-86.

(1) Escritora. Investigadora principal del CONICET, Universidad de Buenos Aires, Universidad del Salvador.

(2) En esta antología figuran mis textos breves “Transparencia”, “Semejanzas”, “Té de las cinco”, “Finisterre a.C.”, “Ojos de Dios”, “Fragilidad de los vampiros”, “Estructura de las casas” (todos ellos de Esperan la mañana verde) y “El olor del Cielo” (de Historias del Cielo, entonces aún inédito como libro) (Monteleone 2010, 920-923).

(3) He coincidido en este aspecto con David Lagmanovich: “lo que importa no es el desarrollo de una peripecia, sino el destello, la fulguración, la explosión (que a menudo es también “subversión”) semántica”. (Lojo en Depetris 2004: 193).

(4) Dice Cristina Piña: “lo que no ha variado es la condición poética de su escritura, porque llamemos como llamemos a sus textos breves, la mirada desde la cual se construyen es radicalmente poética, en el sentido de que el mundo que testimonia es un mundo metafórico, donde la imaginación absorbe hasta el último fragmento de realidad instalándolo en un paisaje subjetivo, que en algunas ocasiones puede ser directamente onírico y en otras rearma de tal manera sus elementos que constituye un espacio alternativo en relación con la realidad. Y si hay acciones o experiencias en ese universo de la subjetividad, se trata siempre de acciones o experiencias cargadas de sentido simbólico y emoción lírica. Asimismo, el lenguaje está trabajado en su materialidad y atendiendo a sus valores fónicos y plásticos.” (2011)

(5) Remito a la cita anterior de Cristina Piña.

(6) Este texto es uno de los incluidos en la mencionada antología poética del bicentenario (Monteleone 2010, 923)

(7) En el mismo sentido, se pronuncia la crítica Márgara Averbach sobre Bosque de ojos (“Cuando el cuento es poesía”. Revista Ñ. Viernes 20 de mayo de 2011.)

(8) “Memorias al calor de la cocina”. ADN. La Nación, 20 de marzo de 2010.

(9) Entrevista de Silvina Friera. Página 12. 15 de marzo de 2010. “Un cultivo de microficción”. Subnota.

(10) Ver las entrevistas “Textos escritos al calor o al desamparo de la vida”. Por Mora Cordeu“María Rosa Lojo íntima”. Diario La Prensa. 17.04.11

(11) Tiene como antecedente la microficción muchas veces antologada “Fragilidad de los vampiros”, de Esperan la mañana verde (1998). (Bosque de ojos, 75).

(12) “Madres”. Memorias XIV Festival Internacional de Poesía de Medellín. Revista de Poesía Prometeo, nºs 68/69. Año XXII (2004): 112-113.

(13) “La literatura empieza y termina en la poesía”. Entrevista a María Rosa Lojo por Marina Cavalletti. Revista M&S, nº 145, 13 de junio de 2010: 14-15.

 

“La transfiguración genérica. Reflexiones en torno a Bosque de ojos y Árbol de familia” Narratología y discursos múltiples. Homenaje a David William Foster. Daniel Altamiranda y Diana Salem Compiladores. Centro de Estudios de Narratología/Editorial Dunken. Buenos Aires: 2013: 247-54. ISBN 978-987-02-6412-5 María Rosa Lojo