Bonus Track · Poesía en la escuela

Testimonio

Por Marisa Negri y Alejandra Correa

Durante los últimos cuatro años llevamos adelante el Programa Poesía en la Escuela, con un equipo integrado por artistas y poetas que desarrollaron cinco Festivales de Poesía en la Escuela, de los que participaron aproximadamente siete mil chicos y jóvenes y docentes de escuelas primarias y secundarias.

El proyecto comenzó con una pregunta que hizo Marisa, poeta y docente de Lengua en escuelas secundarias, a sus amigos y conocidos poetas: ¿Quién se anima a venir a leer a las escuelas? Para nuestra sorpresa, treinta y cinco se anotaron con entusiasmo. Ella venía trabajando desde hacía años con sus alumnos en el aula con poesía y en esta iniciativa, toda su experiencia previa fue vital.

El primer festival realizado en noviembre de 2010, abarcó cuatro escuelas. Con mucha voluntad y trabajo de mucha gente, año a año ha ido creciendo. Calculamos que hemos llegado a unos curenta establecimientos en todos estos años. Y en 2013, realizamos un festival en el noroeste argentino, durante una semana en la que recorrimos escuelas de Tucumán, Jujuy y Salta. Hemos realizado jornadas en Neuquén, Río Negro y Córdoba.

En 2013 también hicimos unas Jornadas con el Ministerio de Educación, como primer paso para acercar la propuesta a otros docentes y educadores de todo el país. Creamos una red que el año pasado trabajó en muchos puntos del país con los principales lineamientos de la propuesta. Fuimos invitadas a presentar nuestro trabajo en Lima (Perú), San Luis Potosí (México) y Asunción (Paraguay).

El principal objetivo es acercar la poesía a los chicos en forma directa y sin acartonamientos, en un clima de encuentro, de fiesta, con la idea de reunirnos en torno a ese fuego que es la palabra. Llevamos con nosotros las voces de nuestros maestros. Cada poeta invitado lleva, para compartir con los chicos, poemas de otro poeta que lo ha marcado en su vida. De esta manera, tendemos puentes entre generaciones y hacemos que en la escuela se escuchen las voces de Olga Orozco, Raúl González Tuñón, Alejandra Pizarnik, Juan Gelman, entre tantos otros.

Pero no sólo les acercamos la poesía por medio de lecturas, también nos proponemos que los chicos experimenten el proceso creativo, que puedan dar sus primeros pasos escribiendo sus primeros poemas.

Una de las preguntas que nos suelen hacer es qué desafíos se presentaron en todo este camino por acercar la poesía a los niños y jóvenes. Siempre supimos que partíamos de una idea que suele estar instalada en la escuela, en muchos docentes: “la poesía es difícil de entender, de leer, de hacer propia”. La poesía, luego de dictaduras y épocas difíciles de la educación, fue quedando relegada de los programas. Los docentes fueron perdiendo el hilo de cómo se “enseña” la poesía, suponiendo que “enseñar” sea el verbo que le corresponde. Nosotras partimos del supuesto de que no se “enseña”, sino que se invita a entrar a la poesía, a respirarla, a vivenciarla.

Paralelamente a las lecturas, nos acompañan artistas visuales que desarrollan talleres en base a la obra de algún autor. Talleres de máscaras, títeres de sombra, collage, esténcil, cajas, susurradores. Esto les acerca la poesía desde otro lugar.

Desde el comienzo, todo lo que nos propusimos fue tender esos puentes necesarios para que la poesía llegue a los chicos. A medida que nos íbamos acercando al tema, también íbamos testeando las formas de cómo hacerlo para que no quedara automáticamente escolarizada. Es decir, la poesía no puede perder su esencia en pos de la ortografía, las figuras retóricas, la comprensión de textos.

Otro mito a derribar era que los chicos no se iban a enganchar, no iban a entender e iban a rechazar a este género literario, por su “difícil comprensión”. Pero a poco andar supimos que eso era más que nada un problema de cómo hacerlo. Comprobamos una vez más aquello de que la edad de la poesía es la infancia y es la adolescencia. A esa edad, la poesía es una parte inseparable de la vida. Entonces, partimos de la idea de que vamos a hablarles a los chicos de algo que ya conocen, pero muchos aún no le han puesto un nombre. Se trata de reforzar esa cercanía que empieza a perderse, valorizarla y darle un espacio. Como ambas somos poetas, no íbamos a hablar ni a llevar algo lejano, sino algo conocido y, sobre todo, amado. Es decir, la dimensión del deseo no es menor. El deseo contagia, genera intriga, empatía, posibilidad.

Nuestros adolescentes y niños van a escuelas que, una enorme cantidad de veces, carecen de espacios de encuentro real. Encuentro con la experiencia y con los valores emocionales que es decir, claramente: encuentro con la palabra. Vivimos en un mundo que no suele poner ninguna ficha ahí. Hay avidez. Ojo, no es una avidez como la pensaría un adulto. Es una avidez que se encuentra tapada a la que hay que escuchar y darle aire para que crezca.

Pero también, y esta es para nosotras una de las más hermosas revelaciones del festival, el desafío ha sido para todos y cada uno de los poetas (unos ciento veinte) que se animaron al desorden de los patios, de las aulas, a lo desconocido que implicaba tener que leerles a jóvenes y niños. Y es una hermosa experiencia porque hemos visto en estos años cómo un poeta y otro iban modificando su lectura en función del entendimiento de ese interlocutor que tenían enfrente. Tener en cuenta a los jóvenes lectores y, en algunos casos, volver al año siguiente con algo escrito especialmente para ellos. Esto, creemos, ha generado un movimiento diferente dentro del colectivo “poetas”, plantéandonos a muchos para quién y para qué escribimos. La endogamia de la que solemos quejarnos pero que muchas veces fomentamos, ha quedado al descubierto cuando se amplía la audiencia. Leer para trescientos adolescentes en un patio es una experiencia única.

Y luego, la posibilidad de abrir el diálogo con estos chicos y jóvenes de hoy. Acercarnos, dejarnos sorprender, preguntar y que nos pregunten.

Ellos, los chicos, establecen los parámetros del diálogo. Una constante es que siempre apunta al por qué escribiste lo que escribiste. Es una pregunta sobre la relación entre la palabra y la vida. Lo que los poetas en nuestros encuentros evitamos decir para dejar que la poesía hable por sí sola, a ellos no les basta. Incluso, escuchan mejor una poesía si se les cuenta primero cómo a uno se le ocurrió escribirla o si se relata algo sobre el poeta que la escribió. Entendemos que ven en esa persona que les abre el corazón, una buena oportunidad para entender el porqué de muchas cosas. E interpretan que esa persona está hablando de algo importante, desde un lugar diferente porque es imposible no saberlo: todos los poetas frente a los chicos se emocionan. Todos. Cada uno lo demuestra de una manera diferente. Pero la emoción está allí, en la voz, en la palabra, en el intentar acercarse. Es conmovedor.

Y cuando los chicos se ponen a escribir, lo que les interesa es la rebelión que subyace en el discurso poético; la ruptura de parámetros lógicos, la posibilidad de que la palabra se cargue de sentido y los identifique.

Debemos confesarlo: tenemos muchas anécdotas preciosas de estos años, de esos momentos en que se produce la sinapsis entre el poeta y los chicos, los chicos y la poesía. En la Escuela 97 de Villa Celina, Vicente, uno de los auxiliares de la escuela, nos vio colgar el cartel del festival y se sonrió: “Ah, yo no sabía que venían ustedes: Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor”. Ahí mismo lo convencimos para que grabáramos su recitado. Vicente nos trajo la memoria de otra escuela, la de su infancia, en la que el recitado de poemas era un punto esencial de los programas (http://www.youtube.com/watch?v=3gZDTRjQjTo).

Pero encima daba la casualidad que ese día venía a leer a esa escuela la poeta Clara Vasco, nieta de Baldomero Fernández Moreno, autor del poema que recitara Vicente. Así que se la presentamos y se emocionó mucho.

Otra anécdota, el poeta Javier Cófreces leyendo su poema sobre la pesca en la ESB 24 y EP 11 del Delta de San Fernando, despertó risa y admiración de los chicos que sabían de qué les estaba hablando: “Bagres, bagres, bagres/ sólo bagres pican desde el muelle/ Bagres blancos/ Bagres amarillos/ Bagres bigotudos/ movedizos, resbaladizos…”  Se transformó en héroe nacional. Le pidieron libros autografiados, se sacaron fotos con él.

O el poeta chileno Jaime Huenún, hablándoles a los chicos del Liceo 1 sobre la lucha de los jóvenes universitarios en Chile, recitando apasionadamente, y los trescientos pibes gritando: “Olé olé, olé, Jaimé, Jaimé”, como si fuera un jugador de fútbol que acababa de salvar un campeonato.

Sabemos que todo encuentro crea un nuevo espacio. En este Festival, el espacio está definido por una gran cantidad de variables. La relación del poeta con su propia adolescencia e infancia y con estos chicos de hoy. La palabra poética puesta a prueba en un escenario diferente al que habitualmente estamos acostumbrados a transitar los poetas. Los chicos escuchando y escribiendo, dándole un lugar y un valor a la palabra que se escribe. Los poetas dando voz a otro poeta (primero cada poeta lee a otro, luego lee algo propio), trayendo o siendo traído de la mano por alguien. Todas las herramientas creativas que se les da a los chicos para escribir, desde la traducción imaginaria, a las consignas que se van sumando con cada edición. Los artistas plásticos que trabajan sobre la obra de un escritor y despiertan un interés por medio de otros recursos: títeres, esténcil, máscaras, etc. Y los músicos que vienen trabajando con la obra de poetas. Todo eso está sucediendo en paralelo, en ese espacio que el Festival crea y recrea. Como cuando uno escribe poesía, sabemos que ese espacio tiene una característica primordial: si no lo creamos, no existe. Es algo que no está dado. Es algo que hay que crear y sostener. Y lo más conmovedor es que contamos con muchísimos aliados: colegas, docentes, chicos, padres, etc. El Festival es un espacio donde la poesía es de todos y para todos.

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