Cómo empecé: Hebe Uhart
HEBE UHART
Pasaje Abierto
Ligera de equipaje pero con una mirada siempre sabia en voces y horizontes, Uhart, definitivamente consagrada por críticos y lectores como una de las grandes de la literatura argentina, hace un alto en el camino para volver sobre la huella de su propio itinerario: el que comenzó con la publicación del primer libro en un sello inventado y la trajo a este presente de escritora de culto. En exclusiva, comparte con los lectores de La balandra las anotaciones en su libreta personal.
Entrevista de Ivana Romero
Dice que ella no es de mirar mucho el pasado. No conserva papeles antiguos. Tampoco, grandes recuerdos. Así que no cree que su palabra vaya a ser de mucha utilidad para esta nota porque, la verdad, asegura que no sabe cómo empezó todo, que en realidad las cosas fueron pasando y listo. “Además, ahora no estoy interesada en los cuentos sino en las crónicas. Me gusta mucho viajar para escribir crónicas. Y viajar con poco peso. Mirá lo que me conseguí”, dice. Y muestra un portatrajes muy práctico, con un cierre lateral. “Acá pongo la ropa que necesito, un vestido, una pollera y listo. Nada de cargar cosas. Allá en Lima, una chica periodista me regaló una tacita y una muñeca patona de lana. La tacita la traje, pero la patona se la regalé a la gente de la recepción del hotel”. Sí, llegó hace pocos días de Perú. Sí, hay pequeños objetos que carga con gusto: un collar hecho con dientes de pescado o una canoa tallada en madera con un remo diminuto. “Se la voy a regalar a un amigo que no anda bien de salud para que reme la enfermedad”, explica. Lo dice con voz llana, casi como una travesura secreta donde la canoa sería una especie de talismán que flota sobre aguas oscuras. En lo que dice (y en lo que escribe) Uhart, lo bello y lo terrible se encuentran a cada rato. Como en los relatos sobre su tía loca o un novio díscolo que tuvo en la juventud, o en la imposibilidad de ser fuente inspiradora para esos chicos de un Moreno rural donde daba clases desde los dieciséis años: les mostraba una lámina de una nena con unos patos y, cuando les preguntaba por qué estaba contenta, ellos respondían un lacónico “porque comió locro”. En su escritura –habitada en general por gente sencilla que habla un lenguaje simple pero sugestivo– muestra los contrastes con delicadeza, como si fueran un azar o, en todo caso, un asunto tan inevitable como vivir. Eso, sin embargo, no la ubica en la zona del realismo. Graciela Speranza ha señalado muy acertadamente que Uhart acompaña a los protagonistas de estas historias pero a la vez se distancia, como si los observara a través de una membrana porosa. En ese contexto, la materia autobiográfica es apenas la punta del iceberg de un arte narrativo que vuelve a mirar el mundo para enrarecerlo. Así lo prueba este comienzo antológico: “Yo quería hacer un budín esponjoso. No quería hacer galletitas porque les falta la tercera dimensión”.
Uhart también trae palabras de cada viaje. Adora las frases inadvertidamente poéticas que surgen en cada lugar porque, dice, “el lenguaje expresa una forma de ser, una forma de vivir”. Así, una mujer extraña es en Paraguay “una mujer tiniebla”, una situación rutinaria en provincia de Buenos Aires es “siempre igual, como cara de oveja” o un caballo en ciertas zonas de Santa Fe es capaz de “mirar como cristiano”. Ella anota todas esas cosas en una libreta pequeña. “No tengo guardados manuscritos viejos pero te podés llevar esto”, dice y arranca algunas hojas, un pequeño tesoro escrito en cursivas negras, que los lectores podrán apreciar en las páginas finales de esta entrevista. En libretitas así anotó todo lo que luego se transformó en tres libros de crónicas ya publicados y un cuarto que se editó este año. Después sirve café. “Ahora preguntá lo que quieras”, dice frente a una taza de porcelana, con su balcón atrás lleno de flores y las campanas de una iglesia cercana que cada tanto anuncian la hora. Tiene el pelo corto, prolijamente teñido de color caramelo. Lleva un saco liviano de punto y una camisa clara.
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