Debates: ¿Qué es y cómo se logra el prestigio literario?
Fieles a nuestra intención de poner en juicio los asuntos que suelen verse como inequívocos en el ambiente literario, convocamos a diez editores, narradores, críticos y periodistas para que desde su experiencia puedan echar luz sobre este tópico, al parecer, inestimable. Respondiendo a las preguntas que no pocas veces se han escuchado acerca del tema (¿serán los años de trayectoria, los premios, las críticas, lo que extiende este tan vapuleado galardón consagratorio?, ¿serán las ventas cuantiosas lo que da prestigio a un escritor, o el éxito comercial lo aparta inmediatamente del círculo de tocados por el aura?, ¿qué es, finalmente, y cómo se alcanza este mérito tan valorado como controvertido?), el siguiente debate intenta hacernos reflexionar sobre el ser o no ser una figura de prestigio en el ámbito de la literatura, despejando las inquietudes de tantos autores novatos, e incluso las de aquellos otros que tienen ya un lugar “asegurado” en la biblioteca y el corazón de sus lectores.
¿Qué autor novel no ha fantaseado con volverse algún día un narrador prestigioso, qué nombre probado dentro del ámbito literario de todos los tiempos no se ha enfrentado, una vez al menos, al cuestionamiento propio o ajeno sobre su prestigio como escritor? Así también, aunque desde otra perspectiva, el asunto convoca al lector común que, por diferentes motivos, tiende a clasificar en categorías tanto libros como autores.
Ya sea en el intento de desentendernos claramente de los vaivenes de su influjo, o por hacerlo el epicentro de todos nuestros desvelos, la cuestión del prestigio sigue apareciendo en escena como una variable difícil de definir. Sin embargo, es frecuente que tanto en suplementos periodísticos, textos académicos, entrevistas o charlas sobre literatura leamos o escuchemos hablar del mentado prestigio. Y de pronto pareciera que comprendemos perfectamente lo que la palabrita implica al estar asociada al nombre de un autor, o al título de un libro, jerarquizando una obra o trayectoria como si pudiera tallarse en una imaginaria placa de bronce universal.
Es entonces cuando las instancias o acciones que podrían ser “dadoras” de prestigio o, por el contrario, las que podrían poner en duda los laureles conseguidos, tirando por tierra una reputación, pueden verse como verdaderos dilemas para muchos de los autores que hoy empiezan a moverse en el mundillo editorial. Porque ¿es legítimo buscar o ansiar el prestigio? ¿Es de utilidad preocuparse por esto mientras se escribe? ¿Es banal? ¿Innecesario? ¿Sencillamente escapa a nuestro control? La presunción de que un mal paso, un mal libro, cualquier error u omisión, o, a la inversa, un éxito rotundo e imprevisto, una repercusión impensada pueden desprestigiar o volver
prestigiosa la carrera de un autor ¿es infundada? En resumen, ¿qué es, en esencia, el prestigio? ¿Ser famoso supone ser prestigioso? ¿O todo lo contrario? Que un libro alcance la categoría de más leído o best seller, que un autor consiga dar un batacazo ganándose el premio gordo de la difusión ideal, que su novela o libro de cuentos ostente una cantidad inusitada de traducciones a lenguas extranjeras, o que los ejemplares de su nueva obra pasen a ser ladrillos que perfilan torres imponentes en las vidrieras de las librerías más populares, y que su cara y nombre aparezcan impresos en grandes afiches en la vía pública ¿lo convierte, automáticamente, en un “famoso” de cuya idoneidad o calidad literaria, entonces, se debe desconfiar? Ser masivamente reconocido ¿ayuda a adquirir prestigio o demuele esta posibilidad? Y, en cambio, mantenerse en el lugar de escritor secreto, ser una especie de estrella del under o el hacedor de una obra “para pocos” ¿es sinónimo de estar en la vereda indicada para resultar, tarde o temprano, alcanzado por el barniz esplendoroso del prestigio?
Mala palabra para unos, tema incómodo para otros, valor condicionado por mera propaganda, prensa eficaz, prejuicios, patrocinadores y cholulos de la cultura, o simple consenso natural, lo cierto es que no sabemos si existe un mapa que alumbre el atajo hacia el tesoro incorruptible del prestigio y, en caso de que tal camino exista, si vale el intento de aventurarse en él. Invitamos entonces a nuestros lectores a compartir este rico y diverso mosaico de opiniones que se atreven a tocar la médula de un tema pocas veces tratado con honestidad.
“¿Quién recuerda al autor que ganó el Premio Municipal en 1928, relegando a Borges al segundo lugar con Cuaderno San Martín, y a los que desplazaron a Arlt al tercero con Los siete locos en 1929?”.
Fernando López
“Hay que revelarse y desautorizar al autor, hay que rebelarse también frente a los editores que instauran un prestigio, los premios, las ventas y los rankings”.
Ariana Harwicz
“Aunque rara vez coincidan, estructuralmente, el autor ‘prestigioso’ –valorado, leído, adorado– para el gran público no gozará del mismo reconocimiento en la academia o en los círculos de avanzada cultura y/o política. Y viceversa”.
Paola Cortes Rocca
“Hasta hace unos quince o veinte años, los críticos podían llegar a consagrar a un escritor, pero es raro que hoy una buena o mala crítica logre influir en el destino de un libro”.
Julieta Obedman
“Hay autores muy prestigiosos que no venden nada y otros cuyos libros salen a lo loco, pero están en el margen del campo intelectual”.
Jorge Consiglio
“Si escribimos pensando en el éxito o en el prestigio, renunciamos al sentido de las palabras y quedamos confinados al lugar común”.
Perla Suez
“Confundir prestigio con sociabilidad es un engaño. Nada es más perecedero que la fama y su combustión espontánea”.
Paula Brecciarolli
“Las buenas críticas en diarios y revistas pueden ayudar a la difusión de los libros, lo mismo sucede con los premios literarios. Sin embargo, son efímeros, el prestigio se fortalece con el tiempo”.
Paula Varsavsky
“No hay un metro patrón universal en platino e iridio depositado en ningún lado que permita evaluar el valor de un texto, de un libro, de una obra. ”
Daniel Divinsky
“Si alguien tratara de convencerme de que leyera a un autor respaldándose en el prestigio que tiene, me negaría a la lectura por poco tentadora. Tal vez me equivocara, claro. Podría perderme a Thomas Mann. Pero también librarme de La gloria de don Ramiro. Así de veleidosa es la palabra prestigio.”
Liliana Heker
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