El autor como lector de concursos: El difícil trabajo de elegir

Con una extensa trayectoria como jurado, la autora de Elena sabe y Betibú nos acerca su mirada sobre una compleja tarea, muchas veces ingrata, del mundo literario: la de ejercer la lectura de narrativa no para disfrute propio sino para decidir quién gana un certamen y quién queda en la extensa lista de los no premiados. ¿Cómo se encuentra la “joya”? ¿Cómo se combate la natural subjetividad? ¿Qué sucede cuando son varias obras las que podrían merecer estar en la primera categoría? Aquí un testimonio imperdible sobre la trastienda de los concursos.

Por Claudia Piñeiro

Claudia Piñeiro, 2012

Claudia Piñeiro

Ser jurado de un concurso es, antes que nada, una gran responsabilidad. Lo he sido varias veces. Pero muchas más he participado en ellos mandando un borrador para que sea leído. Yo estuve allí, del otro lado, esperando que alguien me leyera con esmero y sin prejuicios. No se puede defraudar esa confianza. Y eso implica muchos ítems a tener en cuenta, empezando por un requisito obvio: leer el material. Aunque parezca mentira, a veces en la ronda de conversaciones con los otros jurados uno se da cuenta de que alguno no leyó todos los textos, que le hicieron un resumen, y a veces ni eso. Por suerte, esta desgracia me ha tocado muy pocas veces. Pero como las brujas, que las hay, las hay.

El asunto más difícil a la hora de leer y juzgar, al menos para mí, es hacerlo dejando de lado el gusto personal. Me incomoda no tener la certeza de que leí como debía ser leída una novela de un género que, a priori, me interesa menos, por ejemplo, ciencia ficción. Yo no leí demasiada ciencia ficción, no me atrae, o me atrae menos que otras lecturas. Entonces, cómo saber que estoy leyendo bien esa novela. Confío que cuando un texto está bien escrito atraviesa esas barreras. Pero estoy atenta, tal vez más atenta que con otras, a que mi propio gusto como lector no se ponga por delante del manejo del lenguaje, de la construcción de los personajes, de las imágenes contundentes o de los mundos que arma un texto con las palabras que elige el autor.

En ese afán casi obsesivo por el texto del otro, completo la lectura de todos los textos que me llegan como finalistas de un concurso. Algunos jurados no lo hacen, y creo que está bien, que probablemente hay un punto en la lectura de una novela donde los tropiezos demuestran que no se podrá revertir la sensación de que ese texto no debe ser premiado. Un escritor muy importante, con muchísima experiencia como jurado en concursos, me dijo: “Yo si recibo un manuscrito bajo el seudónimo ‘Bichito de Luz’, ya no sigo leyendo, ahí no puede haber un escritor”. Era un chiste, claro, pero de alguna manera sienta una posición. Algunos dicen que leen las primeras treinta páginas, luego el final, y si vale la pena todo el resto. Yo los envidio, me gustaría poder saber si una novela vale la pena con ese método, pero no puedo.

[…]

Se puede acceder a la nota completa en el Número 8 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.