Cómo empecé: Claudia Piñeiro
CLAUDIA PIÑEIRO
Leer para contarla
La popular escritora, que cuenta entre sus muchos reconocimientos el Premio Clarín de Novela, el Premio Iberoamericano Fundalectura-Norma y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, repasa sus años de infancia, sus lecturas, los primeros intentos literarios, el acercamiento a los talleres donde se formó, y reflexiona sobre el oficio de escribir. Nos regala, en exclusiva, la intimidad de algunas de las correcciones de su novela Elena sabe.
Entrevista de Mauro Yakimiuk
Pese a ser una de las autoras más conocidas y exitosas de la Argentina, Claudia Piñeiro confiesa que convertirse en escritora no estaba en sus planes: “Desde que aprendí a escribir en el colegio no dejé de hacerlo: a algunos chicos les gustaba salir a correr al parque, practicar algún deporte, a mí me encantaba quedarme en casa, escribiendo. Pero no pensaba en ser escritora. No era una imagen alcanzable… yo escribía nada más. Me llevó muchos años darme cuenta de que podía ser escritora”.
De los primeros textos de infancia, recuerda las infaltables composiciones escolares, tema “la vaca” incluido:
“Esos textos debían tener algún valor, en relación con mi edad, porque las maestras la llamaban a mi mamá y le decían que me guardara todo. Mamá lo guardó, pero en un lugar inundable. No quedó nada. Sí me acuerdo el final de una composición que le había encantado a la maestra, decía: ‘Por eso yo siempre digo, qué linda que es mi vaca’. Y como a ella le había gustado, lo seguí repitiendo: ‘Por eso yo siempre digo, qué lindo es mi perro, qué linda es mi escuela’, etcétera, ¡un horror!”, dice la autora entre risas.
Además de los deberes escolares, recuerda que guardaba cuadernos con poesías y cuentos. “Escribía cosas cortas, manejables para un chico. Te imaginarás que no iba a plantearme escribir una novela”.
Aunque nadie le inculcó el amor por la escritura, reconoce que sus primeras lecturas y los libros a los que se fue acercando por medio del círculo familiar significaron la puerta de entrada al mundo literario. “Recuerdo Mujercitas y Corazón, libros que estaban en una pequeña biblioteca que teníamos en casa. Después estuvo Gabriel García Márquez y su Relatos de un náufrago. Ya más adelante, cuando estaba en el colegio secundario, descubrí los cuentos de Cortázar”.
Como la escritura no se perfilaba como una profesión, ni siquiera en sus fantasías, siguió los pasos de sus padres, que habían estudiado Ciencias Económicas, y se recibió de Contadora. Pero la escritura siempre estuvo ahí. “De mis épocas de Contadora recuerdo cuando trabajaba para una de las grandes empresas del mercado (una de las ‘Big Eight’, como se las llamaba) y que no tenía tiempo para ninguna otra cosa. La escritura era un deseo, algo que estaba en el orden de la utopía. Yo era una de las pocas a las que les gustaba redactar informes y lo hacía bien. En general los contadores, como los abogados, escriben muy atravesado e inventan palabras que no existen, derivadas de términos ingleses, cuando existe la correcta en castellano. Cuando no teníamos mucho trabajo específico, nos ponían a corregir informes, revisar ortografía y errores de sintaxis. Era la única a la que le gustaba hacerlo”.
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