Traductores: Amalia Sato

La talentosa traductora reflexiona sobre la profesión que la ha llevado a traducir literaturas tan diversas como la de la brasileña Clarice Lispector y la japonesa Sei Shônagon. Y traduce, en exclusiva, para La balandra un texto de Mori Ogai, “Hanako”.

–¿Hubo en tu infancia alguna idea, aunque sea inconsistente, sobre la tarea que desempeña un traductor? ¿Cuándo comprendiste el significado de esa profesión?

–Creo que el recuerdo más nítido y lejano que tengo sobre la importancia de la traducción fue sorprenderme ante dos versiones de Mujercitas, el libro clásico de la infancia, y rebelarme ante los efectos tan dispares que distintos adjetivos podían desencadenar en la descripción de los personajes y descubrir que tenía que quedarme sólo con una para poder disfrutar la lectura. Aunque creo que empecé a ejercer el oficio, como lectora, siempre con un lápiz en la mano, marcando algo. Lectores como supratraductores honorarios. El subrayado entusiasta, la pregunta, la marca, efectos de la complicidad del buen lector que reconoce la existencia de un traductor, y que lo convierten en un oficiante, son acciones que no puedo evitar.

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