Sobre la literatura croata actual
Por Ana Ojeda
(Fragmento)
Antes de leer estos cuentos, Croacia era para mí tan sólo una palabra sonora, con un pequeño croar en su interior. Pero –al igual que con el sapo de los cuentos de hadas– basta un tímido acercamiento para sucumbir a la maravilla: porque Croacia es tierra con diez siglos de tradición literaria, múltiples asociaciones de escritores y poetas, grandes editoriales y, sobre todo, una pujante ola de jóvenes escritores.
Para entender la literatura croata –y contextualizar los cuentos presentados aquí– es necesario volver brevemente sobre su historia. Recordar, por ejemplo, que fue parte de la República Federal Socialista de Yugoslavia en 1945, bajo la égida del Partido Comunista de Yugoslavia y la tutela de Tito. Tras la muerte de éste, en 1980, el gobierno federal se desmoronó debido a dificultades políticas, económicas y étnicas, que dieron pie al surgimiento del liderazgo de Slobodan Milošević, años más tarde acusado de genocidio, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, cometidos en Croacia, Bosnia y Herzegovina y Kosovo.
El 25 de junio de 1990 Croacia proclamó la Independencia del Estado Federal, preludio de cuatro años de conflictos bélicos (1991-1995), en un enfrentamiento con –una vez más– connotaciones étnicas.
De todo esto nos hablan Maja Hrgović, Zoran Malkoč y Roman Simić en sus cuentos. De la guerra, de lo que ella enquista en los que sobreviven, como un virus que adelgaza lazos y relaciones hasta volverlos simple y lacerante teoría, reflejo de algo que no se sabe si alguna vez existió o fue – apenas– un puro deseo. “Pequeña Muerte Somnolienta” comparte con “El culo de ballena” el tratamiento referencial del conflicto, lo que éste dejó tras de sí. En el primero, asistimos al transcurrir de cuerpos penosamente lastimados, incompletos, casi carne de cañón para una vida que se obstina con dolorosa potencia en continuar, sumida en la pérdida, en el recuerdo de quienes ya no están. Pérdida cifrada en vínculos inexistentes, en relaciones de paso, más imaginadas que reales, a causa de la devastación. En el segundo, en cambio, el conflicto bélico es contexto y causante, tiempo extraordinario en que soldados y civiles se mezclan al costado de carreteras perforadas por los obús. En “Objetos que se hunden”, en cambio, la lucha es interior, y del protagonista. Un padre testigo del maltrato que sufre su hija a manos de sus parejas y sólo atina a retrotraerse en el tiempo, en el que los moretones no existían, cuando ella era todavía una niña y plantaba flores en su pelo.
[…]
Se puede acceder a la introducción completa en el Número 3 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.