Cómo empecé: Ana María Shua
ANA MARÍA SHUA
Andanzas de una sueñera
Hace tiempo que es una de las autoras más populares y consagradas de la Argentina, leída por generaciones, traducida y reconocida en el mundo, pero alguna vez fue una principiante que buscaba su camino. De ese recorrido, tan divertido como sugerente, nos habla hoy la llamada “Reina de la Microficción” y comparte con los lectores su primer libro, escrito e ilustrado por ella a los ocho años.
Entrevista de Ángel Berlanga
–Pero el gran éxito espectacular fue a los ocho, cuando escribí un poema para el Día de la Madre: eso realmente me consagró. A ver, esperá, te voy a mostrar.
Ana María Shua parte rumbo a su escritorio: cuando vuelva, pondrá sobre la mesa un cuaderno escolar. En este departamento de Recoleta, piso catorce, a tres cuadras de la estación Agüero, vive junto a Silvio Fabrykant, su marido, desde hace veinte años: acaba de sacar la cuenta y de sorprenderse por el tiempo pasado. Shua (Ani para quien la conoce, Ani ya en aquel cuaderno) nació en Buenos Aires el 22 de abril de 1951 y se crió en Caballito, cerca del Parque Rivadavia. El recuerdo más antiguo que tiene en torno a la escritura es de cuando tenía tres, carta garabateada a la cigüeña: su mamá estaba embarazada. “Yo sabía lo que quería decir con esos garabatos, pero nadie más lo podía leer. Y en realidad yo tampoco lo podía leer, pero no me daba cuenta, porque no sabía qué era leer. Todos escribían, y entonces yo también: no podía entender por qué nadie comprendía lo que había escrito”. Un par de minutos atrás Shua contaba eso y se reía: el humor de sus libros también está en la conversación. Algo antes de ir a por el Triunfo, cien hojas, industria argentina, impecable estado, contaba cómo aprendió a leer a los cuatro con unas letras grandes, mayúsculas, de madera, y que todavía no había cumplido los cinco cuando empezó la primaria, porque su mamá “consideraba que ya estaba preparada”. Antes de terminar primer grado dio con el primer libro que la deslumbró: Azabache. En su casa había una biblioteca con pocos libros de ficción, en la que predominaban los textos vinculados a las profesiones de sus padres: ella, odontóloga; él, ingeniero agrónomo. Pero a los diez, Ani ya tenía una biblioteca de setenta volúmenes. Un árbol crece en Brooklyn (Betty Smith), Compulsión (Meyer Levin), y la serie de Bomba, el niño de la selva, de la colección Robin Hood, El príncipe valiente, son algunas de las lecturas que dejaron huella. Y la Antología del cuento extraño, compilada por Rodolfo Walsh. “Por supuesto, era muy buena en Lengua, y siempre llamaba un poco la atención lo que yo escribía”, decía Shua antes de levantarse a por aquellos viejos, precoces textos. Ahí vuelve.
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