Traductores: Lucía Tennina
Traductora del impactante libro de Marcelino Freire: Cuentos negreros, esta investigadora se ha propuesto difundir la obra de los nuevos y prestigiosos autores brasileños que son poco o nada conocidos en la Argentina. Comparte con La balandra su visión de la profesión y nos relata el caso particular del libro de Freire. En exclusiva, para poder apreciar el trabajo de “trascreación”, como ella misma lo denomina, publicamos en formato bilingüe el cuento “No me hagas caso”.
–¿Cuál fue el primer vínculo que tuviste con la idea de traducir un texto?
–No fue hace muchos años. En el 2010 llevé a cabo un intenso trabajo de campo en la periferia de la ciudad de San Pablo como parte del proceso de investigación para la Tesis de Maestría en Antropología Social, que terminé en junio del año siguiente. La investigación giró (y gira, porque continúo en esa línea para mi tesis de doctorado) en torno de un Movimiento de Literatura Marginal, centrándome particularmente en los espacios llamados “saraus de poesía”. Los “saraus” podrían definirse como reuniones de vecinos en bares de diferentes barrios suburbanos de San Pablo donde ellos declaman o leen textos propios o ajenos frente a un micrófono, trasformando a los bares en centros culturales. Allí conocí a los integrantes del Colectivo Arte na Periferia, quienes empezaban a hacer un corto documental sobre los “saraus”, por lo que decidimos unir nuestros caminos. Así, mi investigación de campo coincidió en tiempo y espacio con la investigación, filmación y edición del documental realizado por ellos: Curta Saraus. Ese documental fue la primera propuesta de traducción que recibí y, no casualmente, las palabras que dan inicio a ese excelente trabajo audiovisual le dieron nombre a mi tesis: “¡Cuidado con los poetas!”.
–¿Qué maestros podrías señalar como claves en tu desempeño como traductora y por qué?
–Dado que mi inicio como traductora estuvo directamente ligado a una investigación antropológica, la primera influencia marcante fue la calle. El haber vivenciado el mundo de la literatura marginal me puso en contacto con un portugués que se completaba no solamente con la definición de las palabras, sino con un universo cultural que lo atravesaba y redefinía, con sonoridades y corporalidades que marcaban su significación. En este sentido, podría afirmar que fue el método etnográfico norteado por el “estar ahí” el que me llevó a entender al portugués literario como una red de significaciones que superaban la letra escrita y afirmaban una voz, un acento, una musicalidad, una corporalidad y una historia de vida que exige ser traducida en todas sus dimensiones.
También mi formación de grado en Letras me otorgó una mirada crítica y especializada sobre mi propia lengua. Como me comentó el traductor Cristian de Nápoli en una oportunidad, para ser un buen traductor hay que conocer principalmente la lengua materna.
En términos menos abstractos, una figura fundamental para mi desempeño como traductora fue Gonzalo Aguilar, quien no solamente impulsó y apoyó e hizo posible mi primera traducción profesional, sino que también acompañó todo su proceso comentando y aportando información. Él me ayudó a no sentirme presa del texto original, mostrándome que también hay que escuchar al texto en castellano y hay que animarse a hacerlo fluir sin anclarse en estructuras extrañas a esa lengua. Incluso las mismas traducciones que él ha llevado a cabo ayudaron en mi formación, así como el inmenso trabajo que viene desarrollando junto a Florencia Garramuño en relación con la colección Vereda Brasil. Una colección que ellos mismos idearon hace ya más de diez años en la editorial Corregidor, con el objetivo de “llenar un vacío en el mercado editorial”, vacío que actualente quizás no se siente tanto debido al incentivo a la traducción de literatura brasileña impulsado por la Biblioteca Nacional de Brasil. La influencia de esa colección en mi desempeño como traductora tuvo con ver, principalmente, con la referencia que significaron para mí la cantidad de investigadores argentinos de literatura brasileña que se volvieron también traductores a fin de divulgar sus líneas de investigación. El trabajo de esos traductores/investigadores (Mario Cámara, Luciana di Leone, Diana Klinger, Paloma Vidal, por citar algunos) funcionó como un camino a seguir para vincularme con la literatura brasileña.
–¿Cuál fue ese primer texto que tradujiste como profesional? ¿Cuál el que te dio más trabajo y cuál tu favorito?
–El primer texto fue la edición crítica de Manual práctico del odio, de Ferréz, publicado a fines de 2011 por la Editorial Corregidor. Y podría decir que ese fue el libro que me dio más trabajo. En primer lugar, porque se trata de un libro que no hubiera podido siquiera leer sin la investigación que mencioné más arriba: el estar casi un año viviendo en la periferia de San Pablo me permitió familiarizarme con las gírias (jerga), con las calles, con las personas, con las voces y formas de hablar de la gente, y esto fue haciendo posible en primer lugar la lectura del texto y luego su traducción. Además, constituyó un desafío en cuanto a equilibrar la naturalidad del lenguaje del día a día en la periferia, sin crear una atmósfera confusa cargada de lenguaje coloquial del español rioplatense. Tomé la decisión, en este sentido, de no traducir determinadas palabras ni expresiones, marcadas en el cuerpo del texto en bastardillas, y de agregar al final del libro un glosario que armé en base a dichos términos (el glosario no existe en la versión en portugués), donde incluyo también los nombres de los personajes que requieren una traducción y las siglas que abundan en el texto. Asimismo, me ocupé de completar la traducción de Manual práctico del odio con notas al pie que aclaran información que creí necesaria.
–¿Qué aspectos disfrutás de la profesión y cuáles no?
–Disfruto el estar difundiendo un autor o una temática que creo que tiene que abrirse a los lectores de habla hispana. Por eso es que luego del trabajo de traducción me suelo comprometer muchísimo con las presentaciones de los libros.
Todas las obras que traduje hasta el momento tienen en común que ponen en discusión un aspecto de la cultura de Brasil que considero que no se conoce mucho en nuestro país y tiene que ver con la toma de la palabra por parte de las voces de las periferias que suelen ser marginalizadas a partir de la idea de la “alta cultura”. Es desde ese compromiso que asumo mi trabajo como traductora y disfruto el poder llevarlo adelante.
El no disfrute aparece cuando algunas propuestas de traducción no son aceptadas por las editoriales, o no se pueden desenvolver por falta de dinero.
–¿Cómo surgió el proyecto de traducir Cuentos negreros?
–Fue surgiendo de a poco. Mi primer contacto con la literatura de Marcelino Freire no fue a través de un libro en particular, sino por medio de la declamación de un texto suyo en un sarau (el Sarau do Binho). Se trataba del texto “Da Paz”, que forma parte del libro Rasif. Mar que arrebenta. Quien declamaba el texto era la Naruna Costa, una gran actriz que es parte del Grupo Clariô, un grupo de teatro que ese mismo año puso en escena una obra compuesta por textos de Marcelino Freire que se titulaba “Hospital da Gente”. El impacto de escuchar este potente texto declamado por Naruna fue tan grande que me llevó a interesarme en la producción de Marcelino Freire, no solamente por su calidad literaria, sino también por su circulación tanto en el circuito letrado como en los “saraus” de la periferia. Al poco tiempo supe, además, que Marcelino frecuentaba esos espacios y tuve la suerte de encontrarlo un año después en un debate que organizó el Sarau da Cooperifa. Yo sabía que ninguno de sus libros, pese al lugar destacado que tienen en la literatura brasileña contemporánea, había sido traducidos al español, por lo que apenas terminó aquel debate me acerqué a comentarle que estaba interesada en traducir un libro suyo y accedió inmediatamente. Me dispuse entonces a buscar una editorial para traducir Rasif o Cuentos negreros y tuve la suerte de que la Editorial Santiago Arcos confiara en la propuesta de Cuentos negreros. La bendición final que tuvo este proyecto fue la ayuda económica de la Biblioteca Nacional de Brasil que apoyó la traducción y parte de la edición del libro.
–¿Cómo fue traducir un texto que, si bien adscribe al género “narrativa”, por la importancia que tiene la sonoridad y el ritmo de las palabras está tan cerca de la poesía?
–La traducción del libro Cuentos negreros estuvo marcada por mi experiencia intensiva en los “saraus” de poesía, que me posibilitó distinguir las variadas sonoridades y ritmos que se escuchan en este libro en portugués (el habla nordestina, el canto negrero, el habla coloquial de las periferias). Creo que eso ayudó en gran manera a mantener la idea de “canto/cuento” con que se distinguen los fragmentos, a sabiendas de que iba a ser imposible mantener esas diferenciaciones sonoras en el castellano. La clave que guió la traducción de este libro fue que los textos pudieran ser “declamables” en castellano. En este sentido, a diferencia del trabajo que llevé a cabo con Manual práctico del odio, de Ferréz, en el que me concentré en mantener los aspectos culturales con una mirada, si se quiere, antropológica, en Cuentos negreros el foco del proceso de traducción estuvo en hacer oír las voces de cada texto (de ahí que decidiera obviar las notas al pie, que hubieran trabado la lectura).
–¿Esa “transcreación” de la que hablás en la Nota de Traducción a Cuentos negreros, cambió en algo tu manera de acercarte al oficio? ¿Te parece que, siempre que las circunstancias lo permitan, sería ideal trabajar así o también da ventajas el trabajo en solitario?
–Creo que cada texto determina la traducción de una manera particular. En el caso de Cuentos negreros el trabajo de “transcreación” que menciono (remitiéndome al término del poeta Haroldo de Campos) es consecuencia de un proceso que se logró concretizar en la segunda etapa del trabajo en la que, con un primer borrador del texto traducido al castellano, tuve la oportunidad de encontrarme con Marcelino Freire a leer el texto en ambos idiomas. La idea de “transcreación” equipara el trabajo del traductor con el de un creador, es decir que el traductor vendría a hacer de nuevo el texto en otro idioma, pero creo que en este caso ese trabajo no hubiera tomado ese perfil sin la voz autorizada de Marcelino que fue marcando los ritmos y cadencias de las palabras que yo había llevado escritas. Esta etapa del trabajo junto al autor determinó, sin dudas, el proceso final de corrección del texto, que fue nuevamente solitario, en el que me animé a ciertas decisiones para cerrar algunos textos a partir del eco de la voz de Marcelino durante esos encuentros. No puedo afirmar que esta experiencia cambió mi manera de acercarme al oficio, pero sí creo que determinó mi forma de traducir la literatura de Marcelino Freire en particular.
Considero que la posibilidad de trabajar los textos una vez traducidos junto con el autor es algo único que puede enriquecer completamente el producto final. Tomando en cuenta esta experiencia, sería ideal que todos los autores contemporáneos que están siendo traducidos accedieran a participar del trabajo de la manera en que lo hizo Marcelino conmigo. De todos modos, creo que es importante confiar en que las decisiones últimas en relación con el texto en castellano las tiene aquel que tiene el manejo de esa lengua, que conoce sus estructuras, sus sonoridades y la densidad de cada palabra en particular, es decir, el traductor.
–¿Tenés algún proyecto “soñado” que querrías traducir, sólo que aún no tuviste la oportunidad?
–Sí, tengo muchos proyectos “soñados”. Desde ya que sigo involucrada con la literatura de Marcelino Freire y no se me fueron las ganas de traducir su libro Rasif, más allá de que reconozco la gran dificultad de ese texto. Tampoco me desprendí de la literatura de Ferréz, y me gustaría muchísimo poder traducir su primera novela, Capão Pecado. Y en este momento estoy queriendo llevar adelante la traducción del libro O Cheiro do Ralo, de Lourenço Mutarelli, un gran escritor contemporáneo, historietista, artista plástico (y amigo de Marcelino y de Ferréz), con quien ya conversé sobre esta idea, pero no logré convencer a alguna editorial aún.