Opinión: ¿De qué sirven los concursos literarios?
Los hay de todos los colores y sabores: de prestigio internacional, barriales, pagos, gratuitos, con premios cuantiosos o que incluyen la publicación para quien obtenga el tan ansiado primer lugar. En esta columna, la escritora y ensayista nos brinda su polémica opinión sobre los concursos organizados por grupos editoriales multinacionales y se cuestiona sobre la supuesta “validez” de esos semilleros de nuevos talentos.
Por Elsa Drucaroff
Creo que hay dos tipos de concursos literarios, ambos tienen ventajas y desventajas. Están los que siguen siendo competencias transparentes pero no ofrecen (ni pueden ofrecer) gran dinero y difusión. Están los que ofrecen todo eso pero más que elecciones transparentes de la mejor calidad literaria, son megalanzamientos de prensa disfrazados para imponer un éxito. Ahora hablemos de estos últimos. En una próxima oportunidad me ocuparé de los que son esencialmente literarios.
Los premios suculentos de los grandes grupos editoriales multinacionales, incluso otros menos suculentos de editoriales de gran prestigio internacional, no se deciden sólo por gusto literario; se piensan como operaciones de mercado aunque premien obras que a veces son de alta calidad (a veces no). Buscan una buena novedad, algo que “prenda”: la novela larga y sofisticada que repita la euforia que creó Los detectives salvajes de Bolaño, la que tenga trama histórica de moda hoy, etcétera. Podemos indignarnos por esto y sin embargo creo que no corresponde. ¿Por qué una empresa capitalista pagaría 175.000 dólares por publicar un libro que cree no va a vender? Quien se enoje debería preguntarse en qué negocio pone muchísima plata para perderla, debería preguntarse además si quienes envían sus novelas al concurso de un una empresa privada que promete esa cifra son “engañados”. ¿Creen que la empresa quiere tirar mucha plata a la basura, o que buscan invertir, con un lanzamiento de prensa privilegiado, en una obra vendible?
Entonces estos son y no son concursos. Los jurados de preselección contratados por la editorial reciben indicaciones sobre las orientaciones de la búsqueda (aun buscando cosas buenas); se hace fallar al jurado en un menú de pocas obras elegidas entre cientos, y por supuesto la construcción de ese menú no atendió sola ni necesariamente a la calidad.
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