La transparencia en los concursos literarios

Completando el análisis sobre los certámenes literarios que inició en su columna del número anterior, la autora de Los Prisioneros de la torre, que ha desempeñado el rol de jurado tanto en grandes como pequeños concursos literarios, reflexiona ahora sobre aquellas convocatorias en las que el premio no es una suma abultada ni cuentan con un gran aparato de difusión. ¿Son por eso más confiables? ¿Qué puede ayudar a identificar a un concurso transparente?

Por Elsa Drucaroff

En La balandra Nº 7 hablé de lo bueno y lo malo de los megaconcursos de premio suculento y grandes grupos editoriales. Ahora hablaré de los concursos pequeños, exclusivamente literarios. Su transparencia se reconoce por el seudónimo obligatorio y el premio modesto (subsidio para publicar, publicación sin dinero o con monto bajo: el adelanto por una obra de la que se espera vender mil ejemplares).

Los certámenes que recuerdo antes de que grupos globalizados poderosos instalaran, en los 90, el concurso como operación de prensa, tenían seudónimo obligado. El anonimato forzoso garantiza que el jurado lea todo sin prejuicios a favor o en contra: si se postulan Borges y Juana Pérez, están en principio en iguales condiciones. Aunque pocos, sigue habiendo concursos así (el del Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo): los jurados recibimos el material sin más dato que un seudónimo, los sobres cerrados con la información los tiene bajo llave la organización y cuando fallamos irrevocablemente, se abren frente a nosotros sólo los sobres premiados. Si resultan ser de una anciana ignota de Jujuy o de nuestro peor enemigo, si “ofendimos” con un tercer premio el narcisismo de un consagrado… mala (o buena) suerte. Ignorar nos preservó de sevicias.

En mi recuerdo, la novedad del seudónimo optativo es de los 90 y cambió de plano la función del anonimato: de garantía democrática para cada concursante pasó a proteger escritores y escritoras conocidos, ya porque les evita el “papelón” de perder o ser terceros, ya porque su anonimato advierte al jurado la posibilidad de estar ofendiendo a alguien “del ambiente”; usar seudónimo no obligatorio no da ventajas a outsiders. El anonimato se garantiza ante el público pero no ante el jurado, que abre los sobres antes de premiar (o no).

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