Debates: ¿Existen los escritores fantasmas?
En un quehacer tan silencioso como excluido de las tertulias literarias, innumerables autores o editores desarrollan una labor paralela a su actividad principal. Sus nombres no aparecen en las portadas de los libros que han escrito y cuyos logros o desaciertos se achacarán a otros. Son narradores, periodistas o cronistas que entregan a sus clientes mucho más que la cantidad de palabras que han pactado y que el dinero puede comprar. Hoy, once fantasmas –reconocidas figuras por su desempeño en el ámbito de las letras– se desembozan de su capucha para contarnos su experiencia: ¿cuándo comenzaron con este trabajo de ghosts? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué conflictos o felicidad clandestina depara esto de ser la voz de otros?
Si la “soledad del escritor” es tan grande como dicen, cuánto más evidente será, para el que debe trabajar en las sombras, construir una obra que una vez publicada no lo tendrá como legítimo autor, libros que, incluso en muchos casos, se convertirán en éxito de ventas apenas salgan a la luz. Ahora bien, el albañil que día tras día puso los cimientos, levantó cada columna, tendió vigas e izó muros, ese nombre, nunca será revelado. Este es el trato en la mayoría de los casos. En la portada del ejemplar, junto al título, el nombre que sí aparece es el del autor oficial –en ocasiones una rutilante celebridad mediática, un político, un deportista legendario–, hombres y mujeres de carne y hueso, con vidas reales, en busca de una voz que los represente: de un “otro yo” con las aptitudes y herramientas para hacer de su idea, su saber o su experiencia de vida una historia que pueda ser narrada.
Novelas, relatos, ensayos, autobiografías, textos académicos, manuales con temáticas diversas que van desde la aromaterapia a la informática, así como infinidad de encendidos discursos políticos les deben mucho –o casi todo– a los ghosts. Porque ¿cómo podría tocarnos el alma el duro testimonio de un sobreviviente del Holocausto sin la entrega de un escritor que durante meses ha trabajado a la par, inmerso en esa realidad ajena, poniéndose en la piel de su protagonista? ¿Cómo apasionarnos con el conmovedor relato de un Maradona íntimo sin esa pluma comprometida, capaz de tamizar las palabras y los silencios que logren transmitir la viva voz del Diego?
Bajo acuerdo de estricta reserva, o no tanto en otros casos, la misión del negro –mote brutal con el que se lo denomina en la jerga literaria– es la de prestar un servicio en el marco de una sencilla ecuación: completa responsabilidad igual a completa invisibilidad. Pero para un ghost esta condición implica, necesariamente, una ausencia tan corpórea y terrenal como la de cualquier empleado sentado durante interminables horas frente a la máquina de escribir o la pantalla. Un oficinista sin horario con la versatilidad de un acróbata. Un monje experto
en múltiples artes y oficios. Un baqueano de toda geografía.
De linaje tan antiguo como la palabra y en un presente en el que fantasmas con nombre y apellido ofrecen abiertamente sus servicios por Internet, este consabido acuerdo comercial –claro y legítimo– parecería no haber limpiado del todo su flanco de tabú. La idea del impostor que se lleva los lauros del poeta secreto –sospecha que ha rondado nada menos que a Shakespeare y, más cercanos en el tiempo, a Truman Capote o Stephen King–, no deja de ponerle fichas al recelo y al fraude. Y aunque de impostores no hayan tenido nada, es público que el francés Victor Hugo o el gran Alejandro Dumas se han servido de las pléyades fantasmales. Novelas como Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, entre las tantas que componen el legado de este último, si bien proyectadas y bosquejadas por él, cobraron cuerpo a partir de la pluma de Auguste Maquet, el más célebre entre sus más de setenta negros literarios.
En la actualidad, cuando el mundo editorial se reconoce, en gran medida, sostenido financieramente gracias a la fuerza de trabajo de los ghosts y, aunque sea público que engalanan su árbol genealógico los nombres más ilustres –desde el sufrido Cyrano de Bergerac, inmortalizado en la obra de Rostand, hasta Colette, quien empezó escribiendo los libros que firmaba su marido; desde Sinclair Lewis, cuya maestría brilló a nombre de una estrella del tenis, poco antes de convertirse en el primer escritor estadounidense en recibir el Nobel de Literatura, hasta su coterráneo, Paul Auster, emblema de la literatura contemporánea de su país–, la desconfianza y el tabú parecen seguir oscureciendo la mesa de trabajo de los fantasmas.
¿Por qué un escritor decide tomar el camino de las sombras? ¿Por qué elige o se deja elegir como obrero narrador de una experiencia ajena?
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“Escribir por encargo empezó a ser una forma de ganarme la vida; pero sobre todo, sin darme cuenta, estaba dando mis primeros pasos en una escuela tan necesaria como hasta entonces desconocida por mí. Aprendí el oficio”.
Enzo Maqueira
“Vemos nuestros libros deambular por las librerías y no podemos decir: ¡Señores, esa autora no existe, lo escribí yo!”.
Licia López de Casenave
“Mi trabajo consiste en hacerle justicia a lo que otros tienen para decir. Ya tendré tiempo para decir lo propio en mis textos firmados”.
Tatiana Goransky
“Me angustiaba ser el escriba de gente convencida de tener algo trascendental que decir, pero que supeditaba a un plano menor el cómo se lo dice, que es lo único importante”.
Gonzalo Unamuno
“Un funcionario del más alto nivel leyó mi texto en mi presencia. Al terminar, lo dejó sobre el escritorio y me dijo con una sonrisa de satisfacción: ‘Cada día escribo mejor’”.
Ernesto Mallo
“A veces tuve que pegarle escobazos a mi ego para que aceptara que ese era el arreglo, un servicio, desde el primer momento”.
Inés Garland
“Tengo que reconocer que, hasta el momento, mis obras como escritora fantasma son más célebres y conocidas que como autora”.
Carolina Kenigstein
“Durante años ayudé a una psicóloga a responder preguntas en el consultorio sentimental de una revista. Un lector estableció una relación íntima con mi voz femenina”.
Carlos Santos Sáez
“De todos los libros que escribí, el que me da más orgullo no lleva mi nombre: fui ghostwriter del profundo, brillante Francisco Wichter, sobreviviente de campos nazis, integrante de la lista de Schindler”
Elsa Drucaroff
“Son muchísimos los libros escritos con ayuda de redactores profesionales, sobre todo en las áreas de no ficción (divulgación, biografías, actualidad, etcétera). Pero casi nunca figuran todos los colaboradores que requieren, como sí ocurre con las películas, a la hora de los títulos.”
Julia Saltzmann
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