Nociones de oficio: Perspectiva y puntos de vista

Esta sección va dedicada a todos los que buscan iniciarse en el oficio de narrar y a los lectores que, sin tal necesidad, quieren conocer algunos de las posibles cuestiones a las que se enfrentan los autores de narrativa. Tal conocimiento surge de la experiencia directa de los talleres literarios coordinados por la autora a lo largo de los años. No es un manual ni un compendio de reglas, sino una ligera recopilación de ideas que pueden ayudar al escritor novato.

Por Alejandra Laurencich

 

¿A qué nos referimos cuando hablamos de perspectiva?

En el número anterior de La balandra analizamos la función del narrador. Junto con la elección del narrador entra a pesar en el relato el tema de la perspectiva y el punto de vista. Vamos a ocuparnos de un caso en especial, el de la elección de un narrador que acompañe a uno de los personajes. Si elijo a un narrador de este tipo debo saber que cuento sólo con su punto de vista para ver los hechos. Esto quiere decir que es la perspectiva que ese personaje tiene del mundo la que se va a transmitir al lector. Lo que ve, lo que escucha, lo que piensa ese personaje, lo que puede describir, asegurar o intuir. ¿Pero qué pasa cuando ese mismo narrador tiene que contar lo que hacen los otros personajes, los que no son él? La perspectiva no cambia, por lo tanto, debo tener cuidado en mantener su punto de vista. Por ejemplo, en un cuento de mafiosos, en el que hemos elegido que la perspectiva del narrador sea la del protagonista, Richie:

Richie caminó con paso decidido hasta la oficina y se detuvo. Tenía que conseguir el dinero, como fuera. Respiró hondo, besó la medalla que colgaba de su cuello, se echó un poco de antiséptico bucal y golpeó a la puerta de la oficina. La puerta se abrió. Desde hacía una hora el Yeta lo estaba esperando con ese gesto de pocos amigos para decirle que no iba a darle el dinero. Richie dejó de sonreír. Supo que debería andar con cuidado, si quería conseguir lo que había venido a buscar.

–¿Qué se cuenta, Jefe? –dijo. Tenía la boca amarga.

El narrador tiene la perspectiva en Richie y si queremos que no se pierda, que el lector siga el relato desde él, debemos mantener la perspectiva. De ninguna manera puede saber Richie que el Yeta tenía esa cara desde hacía una hora y menos que la intención que tenía el Yeta era la de decirle que no iba a darle el dinero. Puede suponerlo. Y entonces ese tramo debería cambiarse por: La puerta se abrió. El Yeta lo miró con cara de pocos amigos. Richie supuso que había estado así, con ese gesto, desde hacía una hora. Se haría difícil conseguir el dinero.

–Qué se cuenta, Jefe?–dijo. Tenía la boca amarga.

Acá, no sólo se utiliza la perspectiva correcta para el narrador, sino que el lector también lo acompaña en su incertidumbre acerca del cobro del dinero. Bastó para eso con introducir el verbo supuso, que no afirma lo que le pasa a el Yeta, sino que autoriza a Richie (cuya perspectiva acompaña el narrador) a decirnos lo que podría haber pasado en esa hora durante la que él no estuvo con el Yeta.

[…]

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