Opinión: ¿Un buen escritor es siempre una buena persona?

Uno de los mitos con respecto a los escritores es que su propia sensibilidad artística los hace “buenos”. En esta columna la escritora y crítica Elsa Drucaroff reflexiona sobre ese prejuicio positivo y se pregunta si ser un buen narrador va de la mano con ser buena persona.

Por Elsa Drucaroff

No, definitivamente no. No hace falta que quienes tienen talento para escribir sean buenas personas, ni afines a mis ideas políticas. Los ejemplos son muchos: Rimbaud traficaba esclavos, Céline colaboró con los nazis; Burroughs jugó a Guillermo Tell con su mujer, le puso una manzana en la cabeza y la mató; la genial Patricia Highsmith amaba muy poco a la especie humana y Anne Perry y su amiga asesinaron a la madre de ésta cuando eran adolescentes.

La literatura tiene una condición paradójica: por un lado se la mistifica, por el otro se desvaloriza el trabajo de producirla. Al teñirla de aura se oculta que es un oficio inscripto, como cualquier otro, en el circuito económico: así se intenta pagarlo lo menos posible. A cambio de eso, a quienes escribimos nos ofrecen “gloria”, feria de vanidades, y como en ese “éxito” hay, por definición, lugar para poca gente, el ambiente tiende a ser competitivo y mezquino; y la generosidad, escasa. ¿Cómo asegurar que alguien con gran talento será ajeno a vanidades? Algunos dicen: “los verdaderamente grandes son humildes”. Creo que no es cierto, como tampoco es cierto lo contrario. Ricardo Güiraldes era enormemente generoso mientras que el gran Juan José Saer respondía casi invariablemente “Borges”, cuando un periodista le preguntaba por escritores argentinos interesantes, no fuera su palabra a ayudar a consagrar a alguno más. Todos sabemos en el ambiente que hay quienes consideran desplante imperdonable cualquier acto público de colegas que no les otorguen el centro de la escena, hay quienes sienten que ningún reconocimiento público alcanza para su genialidad y rumian resentimiento aunque les vaya bien, quienes arman camándulas de aduladores para administrar su poder. Y también están esas otras personas, para quienes la escritura, no la vanidad (aunque la tengan) es su objeto de deseo y festejan los reconocimientos sin falsa modestia pero sin olvidar que éxito y fracaso son (decía Kipling) apenas impostores. Esa gente puede ser generosa.

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