Debates: ¿De qué vive un escritor?

Cuando la fantasía de “volverse escritor” deja de ser un anhelo lejano para convertirse en una práctica cotidiana, hay quienes sueñan con volverse millonarios y los que creen que jamás verán un peso. Para saber cuánto hay de verdad en todo esto, o al menos tener una idea más aproximada de la realidad, La balandra se acercó a ocho autores contemporáneos que reflexionan sobre cómo se hace para dedicarse a escribir y aun así pagar las cuentas.

“Te vas a morir de hambre”. El comentario, más tarde o más temprano, cae como una sentencia sobre todo aquel que anuncia en voz alta su decisión de consagrarse a escribir. Se abre así una imagen digna del París de los años veinte, con cuartuchos en pensiones de mala muerte, bares donde se mendiga un trago más, noches de frío a la luz de las velas porque la electricidad es un lujo, llenando una página tras otra mientras se deja la salud y la vida. En el caso de los más jóvenes, el temor de la parentela es ver al hijo o hija engrosando la estadística de “eterno adolescente”, incapaz de mantenerse y dejar la casa parental a pesar de ya haber cumplido más de treinta. La contracara a ese imaginario es el polo opuesto sin escalas: una existencia de lujos sustentada por un éxito millonario al estilo Stephen King o J. K. Rowling. Éxito que se alcanza, sin duda, después de tan sólo publicar un libro y que se sostiene fácilmente, mientras se gozan de años para dedicarse en exclusividad a la próxima obra, al son de las palabras que fluyen frente al teclado, sin angustia ni esfuerzo. Pocos saben, claro, que el porcentaje que se lleva un autor por cada libro vendido rara vez supera el diez por ciento del precio de tapa y que el éxito de aquellos que viven gracias a los derechos de autor requirió años y nunca meses.

Hay quienes sostienen que nada de eso importa, que pensar la literatura en términos tan prosaicos como el “¿de qué vas a vivir?” es no entender la gloriosa y espiritual tarea de la escritura. Sin embargo, esa noción se sustenta en la imagen romántica del escritor como un ser excepcional, más allá del mundo terrenal. Como si por el arte de escribir se abandonara la necesidad de comer o dormir. A su vez, no es casual que hasta ya entrado el siglo veinte, la norma (que como toda norma tuvo notorias excepciones) era que los escritores pertenecieran a la clase alta que vivía de rentas y disponía, entonces, del pleno poder sobre su tiempo. En esos casos, por supuesto, evitar mezclar literatura y sustento era tarea más que sencilla. ¿Pero qué ocurre con el resto de los mortales que se enfrentan con la innoble tarea de sobrevivir mientras crean una obra? Para todos aquellos que empiezan a soñar con eso de “ser escritores” esa pregunta no tiene nada de ridícula. La tarea del escritor es, en líneas generales, muy poco lucrativa (y sí King, Rowling y tantos otros son la excepción). Y sin embargo, podríamos decir que el 99,9% de los escritores son gente común y corriente que compran el pan, tienen una familia, comen y duermen como cualquiera. Grandes autores, cuya obra trascendió con justeza el paso del tiempo, como Kafka, Faulkner y tantísimos otros, debieron, en su paso por este mundo, ocupar sus días o sus noches en los más prosaicos empleos. En este número, más que detenernos en figuras míticas y aureoladas por el paso del tiempo, nos interesa abrir el interrogante acerca de cómo se gana la vida un escritor de hoy. Ayudan en el intento ocho talentosos autores nacionales, que cuentan sus experiencias y comparten su reflexión sobre esta pregunta. Quizá, después de leer esta nota, quede un poco más despejada la inquietud que parece preocupar no tanto a los autores noveles sino a sus familiares y amigos. Para que el “¿de qué vas a vivir?” no se convierta en un impedimento a la hora de sentarse a escribir cuando uno ha reconocido en sí el compromiso y la necesidad de hacerlo, y para que los buscafortunas que confunden literatura con regalías millonarias, vida despreocupada, inspiración y reportajes, adviertan que no es en este oficio donde encontrarán su puesto.

“Dostoievski escribió en la cárcel, Arlt y Kafka, de noche o sacando minutos a trabajos rutinarios, ¿y yo pretendo vivir de lo que escribo? ¿Que me paguen el equivalente a un sueldo por mis historias?”

María Fasce

“La verdad es que nunca necesité tiempo para escribir una novela. Ya llevo escritas siete desde el 2001 y se puede decir que mis periodos más fecundos fueron siempre cuando tenía trabajo de periodista en relación de dependencia.”

Sergio Olguín

“Hoy los autores dan clases, son periodistas, trabajan de ‘otra cosa’ o viven con lo mínimo para concentrarse en lo que hacen.”

Patricia Kolesnicov

“Los escritores que conozco tienen sponsors. En el mejor de los casos el sponsor es una ocupación tangencial como el periodismo, la traducción o el dictado de talleres. En el peor de los casos, el sponsor es la madre o la abuela del escritor.”

Roni Bandini

“Existe una tendencia a creer y esperar que el trabajo del escritor sea un servicio gratuito a la comunidad: una tarea solidaria.”

Sandra Comino

“Vivía en España cuando terminé A veinte años, Luz, una novela que aún hoy, después de catorce años, me da algo de comer. Los milagros existen.”

Elsa Osorio

“A la hora de pagar las cuentas, ni ser best seller te garantiza una remuneración suficiente. Muchos autores que lideran los rankings de venta deben ‘trabajar’ de otra cosa.”

Ingrid Proietto

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Se puede acceder a la nota completa en el Número 6 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.