BONUS TRACK Nro. 14: Champagne Nature

Richard Ford en el MALBA

La siguiente charla entre Richard Ford y Mariana Enríquez tuvo lugar en el auditorio del MALBA el 29 de abril de 2018. La visita del autor norteamericano contó con el apoyo del departamento MALBA Literatura, la Embajada de Estados Unidos en Argentina, la Feria del Libro de Buenos Aires y Mecenazgo Cultural Buenos Aires Ciudad. El diálogo fue desgrabado y traducido para La balandra por Martín Poli, a quien va nuestro especial agradecimiento.

 

Luego de la presentación hecha al público, a cargo de la entrevistadora Mariana Enríquez, el diálogo se inicia así:

RF: La escribí tres años después de que ella muriera.

ME: ¡Ah! Una fecha muy cercana. Y escribís algo muy emocionante en el libro, decís: “Ya casi no queda nadie vivo que haya conocido a mis padres”. ¿Es este hecho una de las razones que te llevó a publicar el libro? ¿Esta memoria? Porque no acostumbrás a publicar memorias, en verdad.

RF: Oh, definitivamente. Puede que ya no exista nadie vivo que haya conocido a mis dos padres. Yo fui un hijo tardío. Ya eran grandes cuando me tuvieron, tenían treinta años. Puede que ahora no parezca tanto, pero en aquel tiempo lo era. Además tenía miedo de morirme antes de escribir lo que quería escribir. Tengo setenta y cuatro años. Todos mis amigos están muriéndose, ¿por qué no yo también? La otra razón para escribir sobre ellos –y quizá pueda resultar sorpresivo– es que los extraño. Soy uno de esos hombres, muchachos, chicos, que piensa en sus padres todos los días. Nunca están muy lejos de mi mente. Pero no de una manera obsesiva o patológica, son parte de mi experiencia cotidiana. Puede que esto sea cierto acerca de la gente que hace lo que vos y yo hacemos. A veces creo que pienso en lo que hice en mi vida todo el tiempo, todos los días. Nunca nada está muy lejos de mis pensamientos. Así que yo los tenía presentes continuamente y además los quería tanto, mi infancia fue muy feliz, fueron padres maravillosos. No tengo nada que reprocharles. Y eso ya es digno de ser contado.

ME: Sí, porque no tiene nada que ver con la historia de la familia disfuncional a la que estamos tan acostumbrados, en especial en la literatura estadounidense.

RF: Yo aporté mis propias disfuncionalidades, mis padres no me legaron ninguna.

ME: Eran divinos. Muy queribles.

RF: Sí, así es (se ríe).

ME: En un momento vos decís que estabas agradecido con Eudora Welty porque ella escribió sobre sus padres con mucho amor.

RF: Sí, vivían del otro lado de la calle.

ME: ¿Frente a tu casa?

RF: Sí. Yo no fui un niño precoz. Y no sabía que vivían ahí hasta muchos años más tarde. En verdad vivían literalmente enfrente (señala con el dedo como si hubiera una casa frente a él), ahí enfrente. Y era muy reconfortante pensar que, en estas dos casas que estaban una enfrente de la otra, los padres trataban bien a sus hijos. Y Eudora era hija única.

ME: ¿Ah, sí?

RF: ¡No, perdón! Tenía un hermano que murió. Perdón, me equivoqué.

RF: Pero uno hubiera pensado que era hija única, porque no era como nadie que hubieses conocido.

ME: Estamos hablando de Jackson, Mississippi.

RF: Así es.

ME: ¿Y llegaste a conocerla cuando fuiste más grande?

RF: Más tarde, cuando publiqué. Escribí dos libros y se los mandé, pero ella no dijo nada acerca de ninguno de ellos. Y entonces pensé: Bueno, son libros sucios, hay sexo y malas palabras y seguramente no los aprueba. Y después pensé: Bueno, es una persona a la que no le convence lo que hago. Pero cuando salió el tercer libro, realicé una firma de libros en Jackson. Y ella hizo la cola para que le firmara el suyo. Fue una de las cosas más hermosas que alguien haya hecho por mí. Y algunos años más tarde, me convertí en su albacea literario. Era maravillosa. Quizás en Argentina Eudora Welty no sea muy leída.

ME: No creo, no. Tal vez Boda en el Delta haya sido publicada, pero no muchos libros.

RF: Ella está entre los autores estadounidenses más importantes, definitivamente en el caso de los cuentos, del siglo xx.

ME: Sí (al público), deberían leer sus libros.

RF: Sí, es un placer tan grande leerla…

ME: Y hablando de sexo y malas palabras: por un tiempo, creo que durante tu infancia o primera adolescencia, viviste en un hotel en Little Rock, Arkansas. ¿Nos podés hablar un poco de esa experiencia? ¿Era una especie de aventura, o soy yo y mi imaginación?

RF: No es tu imaginación. Era genial. Yo era el nieto de los administradores del hotel. Un hotel muy grande. Verdaderamente deslumbrante. Tenía seiscientas habitaciones y todo lo que se te pueda ocurrir que sucede en el mundo sucedía en ese hotel. Y yo tenía un acceso total a todo eso, en cualquier momento del día. Mi abuelo era un sinvergüenza y un bon vivant. Siempre andaba con un revólver. A veces me despertaba en el medio de la noche porque alguien se había suicidado y teníamos que bajar al cuarto de la persona, abrir la puerta… Él pensaba que criar bien a un chico significaba exponerlo a todo lo que pudiera ser expuesto, así que quería que yo viera todo eso. Inevitablemente había prostitutas que entraban y salían del hotel y él quería que yo lo supiera. El sur en Estados Unidos es una región que está en contra de los sindicatos. Si bien él había formado parte de un gremio y yo también, no quería que sus empleados formaran parte de uno. A la noche los trabajadores que querían organizar un gremio solían ir durante el turno noche, de las doce a las ocho, para tratar de hacerlo. Eran todos de color y él bajaba y sacaba el arma y los espantaba. Así que, bueno, era divertido.

ME: Educacional. Instructivo.

RF: Muy instructivo, sí. Es que uno se acostumbra. Y esta es una de las razones que anima la ficción, pero que no resulta visible. Un hotel es un lugar al que la gente va para hacer cosas que no quiere que los demás sepan.

ME: Y para escaparse, también, supongo.

RF: Sí.

ME: Es lo que hacés en la ficción.

RF: (Se ríe) Sí. Es lo que dijo Mavis Gallant: “Si comprendiéramos lo que realmente sucede entre un hombre y una mujer, la ficción no sería necesaria”.

ME: Exacto. Estaba leyendo… No sabía esto de vos: te diagnosticaron dislexia cuando eras joven.

RF: Sí.

ME: ¿La dislexia es algo permanente en tu caso, todavía te aqueja o la superaste? ¿Cómo funciona?

RF: No logré deshacerme de ella. Pero no me inhabilitó por completo. Mi caso no era tan malo como para que no pudiera leer, como le sucede a cierta gente. Lo que me pasaba era que leía muy lento. Tan lento que… Ahora puedo leer en silencio tan rápido como hablo. A veces estoy leyendo y me doy cuenta de que estoy moviendo los labios, es un poco vergonzoso; porque en donde me crié, leer moviendo los labios era inaceptable. Leo muy lento, y el leer lento no es bueno para algunos aspectos en la escuela. Repetí primer grado, y repetí segundo grado. Y luego mi mamá fue a la escuela y dejó en claro que esto no podía volver a pasar y entonces ya no repetí ningún otro grado. Pero cuando empecé a leer, leía muy lento, y el leer lento, como sabemos, te permite apreciar otros muchos aspectos no cognitivos del lenguaje. Te deja ver cuántas sílabas tiene una palabra, cuántas fricativas, cuantas vocales, cuántas consonantes, cuál es el ritmo de la frase, o de las palabras, cómo se ve la palabra en la página. Todos estos aspectos concretos y poéticos del lenguaje que son también parte de lo que la palabra significa. Esto probablemente me convirtió en otro tipo de escritor del que sería si hubiese podido leer rápido.

ME: Entiendo. Pero igual es increíble que algo que uno creería que te aleja de la literatura tenga en realidad el efecto contrario.

RF: Todo el tiempo tratamos de convertir nuestros defectos en virtudes. Si escribís, te dedicás a eso. La mayor parte del tiempo uno la dedica a lo que no hace tan bien; lo que uno hace bien, en cambio, lo resuelve rápido.

ME: Es verdad.

RF: Es una idea calvinista, supongo.

ME: Después de esta etapa, publicaste dos novelas. Quizá las que le mandaste a Eudora. Un trozo de mi corazón, a mediados de los setenta, y La última oportunidad, en 1981. Y no sabemos bien por qué, después de esto decidiste dejar de escribir. ¿Fue porque el libro no recibió demasiada atención o…? (Richard Ford asiente con la cabeza). No sé, yo creo que las novelas están muy bien; pero, bueno, vos dijiste algo que me pareció extraño, porque la mayoría de los escritores dirían que no hay nada más que puedan hacer, excepto escribir. No sirven para nada más, pero vos dijiste varias veces que escribir no es una profesión, que no te sentís casado con la escritura. ¿Cuál es tu actitud con respecto a esto?

RF: Nunca tuve nada con qué comparar el trabajo de escribir. Yo me acerco a la escritura como un artesano, más como un albañil que como un arquitecto. No quiero decir que no lo hice con compromiso, me dediqué totalmente a escribir; pero mi ego estaba intacto porque cuando empecé, en 1968, había fracasado en todo lo demás. Así que decidir ser un escritor fue, de algún modo, una gran alegría. Al menos había encontrado algo que podía hacer. Y cuando pareció que no lo lograría, pensé: Por lo menos tuve mi oportunidad. Escribí dos libros. Eso estaba bien; si todo se desvanecía, bueno, entonces se desvanecía como vocación. La idea no me parecía terrible. Por fortuna, me casé con alguien que pensaba que cualquier cosa que quisiera hacer estaba bien y simplemente me busqué otra cosa que podía hacer. Thoreau dice que un escritor es un hombre que, no teniendo nada que hacer, encuentra algo que hacer. Me había vuelto alguien que no tenía nada que hacer, así que me busqué algo que hacer. Había sido un boxeador y me gustaba; de modo que podía escribir sobre boxeo.

ME: Por ejemplo…

RF: Por ejemplo, sí.

ME: Y luego vino El periodista deportivo, que no está lejos de todo eso. Yo creo que es una de las novelas más importantes de, por lo menos, los últimos cincuenta o sesenta años.

RF: Decididamente fue una de las novelas más importantes de mis últimos cincuenta años.

ME: ¿Cambiaste tu método de escribir? Me parece diferente de los anteriores. Es más preciso, hay algo acerca de la lengua que es diferente.

RF: Tenía que mejorar. Eso es algo que todos los que escribimos tenemos que hacer cuando decidimos comenzar el libro siguiente. No quiere decir que desestimemos o descartemos el libro que escribimos antes, porque lo hicimos lo mejor que pudimos en ese momento; pero, cada vez que escribía un nuevo libro, tenía que mejorar. Llegó un momento en el que pensé: Estos dos libros que escribiste, tan buenos como sean, o no, los hiciste todo lo bien que estaba a tu alcance; pero no lograba volcar en la página tanto como sentía que podía. Cuando Updike murió, hace un par de años, Adam Gopnik escribió un artículo en el New Yorker y una de las cosas que dijo acerca de Updike fue que, a lo largo de su vida, él había logrado expresarse por completo, esas fueron las palabras de Gopnik, “expresarse por completo”. Yo pensé: No estoy logrando expresarme por completo; y no era que quisiera escribir acerca de mí mismo, no era eso, pero yo sabía más de lo que lograba trasladar a la página y tenía que encontrar alguna estrategia, algún mecanismo, algún método para volcar sobre la hoja todo lo que sabía. Eso implicaba una revisión total de mis hábitos de escritura: tenía que trabajar más, tenía que ser más intenso, tenía que tomarlo más seriamente, a pesar de que yo sentía que lo había tomado seriamente. Por suerte, otra vez, estaba casado con alguien que también pensaba que era una buena idea. Kristina, mi esposa, me dijo algo maravilloso: “Si vas a dejar de escribir sobre deportes y vas a intentar escribir una novela, ¿por qué no lo hacés sobre alguien que sea feliz? Nunca escribiste una novela sobre alguien que sea feliz”. Entonces pensé: Tolstoi decía que las familias felices eran iguales, lo cual no es cierto. Pero tenía que encontrar la forma de escribir sobre alguien que fuera feliz.

ME: Kristina es genial, me parece.

RF: Es maravillosa.

ME: En El periodista deportivo aparece Frank Bascome, que es el protagonista de tres de tus novelas, El periodista deportivo, El Día de Independencia, Acción de Gracias, y los cuatro cuentos de Francamente, Frank. Me preguntaba, me pregunto todavía: ¿cómo es que un personaje vuelve a surgir de esa manera? ¿Es una decisión? ¿Es que la voz de ese personaje todavía te sigue hablando? ¿Cómo es ese proceso de tener a alguien…? Bueno, no es alguien, pero vos entendés lo que quiero decir.

RF: Claro que entiendo lo que querés decir. Cuando terminé El periodista deportivo y luego de publicar un libro de cuentos, decidí escribir otra novela, y en ese momento pensaba: Escribiste una novela en la que pusiste todo y después escribiste otra novela que era completamente diferente. Tenía la idea de escribir un libro que tratara de un hombre que llevaba a su hijo al salón de la fama del béisbol, y que este chico tuviera problemas psicológicos. Estaba haciendo el tipo de trabajo previo que desde entonces tengo la costumbre de hacer: escribía notas en un cuaderno. Y me di cuenta de que todas esas notas sonaban como Frank Bascome, como este personaje del libro anterior. Y pensé: Bueno, no sos un escritor ambicioso, esto es lo que podés hacer. Vas a escribir un libro que sea una repetición de tu libro anterior y los críticos van a decir que no sos bueno, que lo único que hacés es escribir lo mismo. Pero después de un tiempo, estaba con esas notas que sonaban como este personaje y me dije: ¿Por qué lo combatís, por qué no simplemente lo aceptás? Esto es un don, un regalo de los dioses, contás con una voz que es verosímil, una voz que puede decir cosas difíciles, inteligentes y graciosas, no escapes de lo que puede ser tu destino. Así que pensé: Está bien, me rindo, lo voy a hacer. Y una vez que escribís el segundo libro que está relacionado con el primero, ya no resulta difícil aceptar la idea de escribir un tercero o un cuarto o un quinto.

ME: Y todos son libros largos.

RF: Sí, hay uno que es demasiado largo.

ME: ¿Cuánto tiempo te lleva escribirlos?

RF: Alrededor de tres años.

ME: ¿Escribís en la computadora o a mano?

RF: Con una birome, o a veces con un lápiz. Empecé a escribir otra vez con un lápiz. Ahora hacen portalápices que son mejores que los de antes. Así que realmente me gusta escribir con un portalápices. De nuevo, no tengo nada más que hacer.

ME: Sí (se ríe). Muchos piensan que Frank es una especie de alter ego tuyo, pero está claro que no lo es.

RF: Si supiera qué es un alter ego, estaría en condiciones de responderte esa pregunta; pero no tengo la menor idea. Que exista yo me parece suficiente. Y si pensara que estoy escribiendo sobre mí mismo, no lo haría. No pienso haber vivido una vida especialmente interesante. Soy uno de esos tipos que sólo se sentó a un escritorio durante cincuenta años. No creo ser alguien en verdad interesante, aunque intento ser divertido. Pero escribir acerca de mí no me parece que baste, uno quiere brindar algo que sea suficiente. ¿Cómo es que dice Blake? “Uno no sabe qué es suficiente hasta que sabe qué es más que suficiente”. Quiero darle a mis lectores más de lo que necesitan y, si escribiera sobre mí, no sería suficientemente bueno.

ME: Entiendo. Está bien. Quería preguntarte sobre tu estética del lugar, porque otras novelas como Incendio o Canadá y los cuentos de Rock Springs, que son increíbles, suceden en Montana, en Great Falls, y las novelas de Frank ocurren en Nueva Jersey, en el norte. ¿Cómo trabajás el lugar? Viviste en los dos lados. ¿Lo tratás como si fuera un personaje? ¿Sos muy obsesivo, o no le das importancia?

RF: No, para nada. Tiendo a creer que el lugar es pasivo. Y sólo cobra vida en una novela –y esto es lo que yo pienso, otros pueden tener ideas por completo diferentes– cuando se habla de él gozosamente y se lo describe gozosamente. Y lo que es útil es crear un trasfondo posible para lo que hacen los personajes. Cuando lo ves así, casi de manera utilitaria, obtener información acerca de un lugar en el que nunca estuviste, donde no naciste, no es un gran reto, en particular en Estados Unidos, donde la gente se muda tanto de un estado a otro. El parroquialismo o el regionalismo está desapareciendo lentamente, gracias a Dios, de modo que la gente que vive en Montana puede usar sin problemas expresiones de gente de Mississippi, y eso es muy liberador, no tenés que preocuparte por la verosimilitud regional, como lo tenías que hacer cuando Eudora escribía. Trato de que el lugar no sea un personaje, porque quiero que los personajes sean personajes. Y no creo que el lugar, en sí mismo –las montañas, las rocas y los árboles, las praderas, los valles–, genere algo. Es la presencia la que dotás con ciertos rasgos de animación, importancia. Seamus Heaney dijo una frase genial con la cual no estoy de acuerdo, pero que igual me gusta, dice: “El lugar es un sacramento”. El lugar es un sacramento porque lo dotás de un atributo sacramental. No es un sacramento porque tenga algo innato.

ME: Entiendo. Acerca de la escritura, de la que hablamos continuamente, creo que –por lo que te escuché decir– no estás de acuerdo con aquella vieja regla de Hemingway de que uno tiene que escribir sobre lo que sabe.

RF: Claro que no estoy de acuerdo, ¿y vos?

ME: No, por supuesto. No escribo nada sobre lo que sepa algo.

RF: Son puras patrañas. Desafortunadamente, cualquiera que haya tratado de ser un escritor ha tenido que luchar contra esa regla. Siendo de un lugar pequeño y religioso y prejuicioso y aislado como Jacksonville, Mississippi, si hubiera tenido que escribir sobre lo que sabía…: a) no sabía nada, b) no hubiese tenido nada acerca de qué escribir porque Eudora, Faulkner, Walker Percy y Flannery O´Connor ya habían escrito sobre esas cosas. No hubiera tenido nada que escribir si no hubiese podido apropiarme de cosas de las que no sabía, pero que me provocaban curiosidad. Siempre trato de luchar contra esa idea y le digo a la gente joven que quiere escribir que escriba sobre lo que le interese y sobre lo que pueda apropiarse. Y eso puede ser Nueva Jersey, puede ser algún lugar de Argentina en donde nunca estuviste. Empecé a escribir sobre Great Falls, Montana, mucho antes de estar ahí. Me gustaba cómo sonaba. Great Falls, Great Falls, uno puede pronunciarlo como un yambo o como un troqueo, ese pequeño pie rítmico, y pensé: Esto me gusta, lo voy a poner en la hoja. Y apenas uno lo pone en la página, ha creado un lugar con el lenguaje.

ME: Sí, entiendo. Cuando escribís, ¿cuántas horas lo hacés por día? Más o menos.

RF: Más cuando era joven, pero de 8:30 a 12:30 y a veces de 15:00 a 17:00. No más allá de la hora de los tragos (risas). La hora de los tragos señala el límite del día, después de eso el día ya terminó.

ME: No queremos arruinar ese momento.

En 1999 escribiste un texto maravilloso para el New York Times, creo, que trata sobre el tiempo que estuviste sin escribir. El tiempo en el que te dejaste estar, esperando alguna inspiración. Hay muchos escritores a los que no les gusta ese estado y se obsesionan por estar escribiendo todo el tiempo y preguntan continuamente: ¿Estás escribiendo? ¿Estás escribiendo?

RF: Sí, es horrible cuando te preguntan eso. Te vuelve loco. Tengo amigos que me llaman y me preguntan: “¿Estás escribiendo?”.“¡Callate! Escribiría si tuviera ganas”. La vida de escritor es tan fácil, en algún sentido, ¿por qué volverla más difícil haciendo más de lo que tenés ganas de hacer? Además yo me conozco, no soy tan inteligente y no voy a lograr sacar lo mejor de mí mismo si me vuelvo loco esforzándome. Para mí, la vida siempre viene primero. Lo que hago, lo que pienso, lo que siento, siempre es lo que más me importa. Y a veces termino escribiendo sobre cosas que estuvieron en mi memoria o en mi experiencia durante años, sin que tuviera la necesidad de escribir sobre ellas. Aparecen años después. Tengo setenta y cuatro años, escribí doce o trece novelas. ¡Es muchísimo! Para mí es muchísimo, y me resulta sorprendente.

ME: Lo es. Y todas son buenas.

RF: Bueno, son tan buenas como las puedo hacer. De eso estoy seguro.

ME: Después de Acción de Gracias vos dijiste dos cosas o, al menos, eso es lo que aparece escrito en varios lados (los comentarios impresos son peligrosos).

RF: ¿Vos decís que pueden no ser ciertos?

ME: Dijiste que nunca ibas a volver a escribir una novela larga y que no pensabas que Frank volviera otra vez, y luego vino la muy larga Canadá y los cuatro cuentos de Frank.

RF: Lo sé.

ME: ¿Qué pasó?

RF: Simplemente cometí un error. Fue, sin duda, tonto decir eso; pero te voy a contar la verdad, Mariana: cuando terminé Acción de Gracias, un libro muy largo, doscientas mil palabras –que para mí son muchísimas palabras–, mi esposa encontró un viejo cartel de “stop” y me lo dio, una señal hexagonal que clavó justo enfrente de mi pared.

ME: ¿En serio?

RF: Me dijo: “Tenés que parar, tenés que parar”. Así que traté de parar. No tengo una naturaleza obsesivo-compulsiva, pero cuando llega el momento en el que cada palabra tiene que estar en el lugar correcto y uno es responsable de cada coma, de cada punto, de cada salto de párrafo, pierdo un poco la cordura y entonces, a veces, tengo problemas de salud. Ella pensó que yo ya no estaba disfrutando de la vida y la ponía mal ver el efecto que todo ese esfuerzo tenía en mí, así que traté de parar.

ME: Trataste de parar, pero no pudiste.

RF: Bueno, no lo hice. No me gusta decir que no pude, no me gusta subordinar mi comportamiento a una fuerza oscura. Fue mi responsabilidad.

ME: Me gustó mucho la novela Canadá, y me gustó mucho… (se dirige al público). Esto no es una pregunta, es sólo una cosa que quiero comentar: él cuenta la trama en el primer párrafo. (Vuelve a dirigirse a Ford) En el primer párrafo vos decís –estoy parafraseando, por supuesto–: “Nuestra vida cambió”, la de los mellizos, que son protagonistas, en especial la de Dell, el chico adolescente, “porque nuestros padres robaron un banco”. Y uno piensa: “Tengo seiscientas páginas por delante y ya sé qué pasa”.

RF: No son tantas.

ME: En mi edición son como seiscientas, cuando la traducís al español…

RF: Quizá sea la edición inédita sin cortes.

ME: Porque en español es más larga.

RF: Es más larga en alemán.

ME: Pero es increíble, porque uno sabe lo que pasa y uno sigue y sigue y cada vez va más profundo, el chico es genial. No sé. Me encanta la novela. Es un elemento recurrente en tu obra este personaje, este chico adolescente.

RF: Sí.

ME: Que admira a sus padres y ellos lo hacen crecer de repente porque hacen algo muy malo.

RF: Los encierran en la cárcel para siempre.

ME: Y en Incendio, bueno, no es tan serio, pero –no quiero contar el final–, el padre también hace algo muy peligroso.

RF: Incendia la casa. Revelo el final, no hay problema.

ME: (Dirigiéndose al público) A él le gustan los spoilers. A mí me encantan los spoilers. (Otra vez a Ford) En El Día de la Independencia, está Paul, y el punto de vista es el de Frank, claro, porque está en primera persona, pero si Paul fuera el narrador, me pregunto qué pensaría de Frank en esa novela… Como sea, lo que resulta tan interesante en esta narrativa es la pérdida de la inocencia, cuando la vida irrumpe frente a vos y no hay manera de contenerla. Hay algo triste en eso.

RF: Bueno, esto es algo que vos conocés de tu propio trabajo. Yo estaba interesado en un libro que tratara sobre cruzar fronteras, porque de pronto me pareció que cruzar una frontera –una física o emocional, cualquier tipo que sea– necesariamente tiene que ser dramático, puede resultar transformador. Uno puede endilgarle al cruce de una frontera casi todo lo que tiene de importancia en la existencia. Así que el origen de ese libro fue el de un chico al que lo llevan del otro lado de la frontera de Canadá en contra de su voluntad. Y tuve esa idea en la cabeza cerca de treinta años antes de escribir el libro. Esa fue la verdadera chispa inicial, aunque sabemos que no existe tal cosa. Y después uno dice: Voy a escribir un libro sobre un chico que cruza la frontera en contra de su voluntad y ¿Por qué un chico cruzaría una frontera en contra de su voluntad? Algo debe haber tomado el control de su vida y ¿Qué podría haber pasado para que algo tomara el control de la vida de un chico? Entonces pensé: Quizá los padres hicieron algo irrevocable. ¿Y qué pueden haber hecho los padres que fuera irrevocable, más allá de lo obvio, como divorciarse o pelearse? Bueno, podrían robar un banco. Y me dije: Si roban un banco, tengo la chance de escribir acerca de que roban un banco y eso me resultó irresistible, porque siempre pensé que sería genial robar un banco. Yo fui un chico malvado.

ME: ¿En serio?

RF: Sí. Entraba en las casas y robaba autos, ese tipo de cosas. Estaba en el comienzo del camino en el que terminaría robando bancos, y probablemente lo hubiera hecho, pero mi papá murió. Y cuando papá murió, mamá me sentó y me dijo: “No puedo sacarte de la cárcel otra vez.” Y entonces pensé: Bueno, lo entiendo, me parece bien.

ME: Tu papá murió cuando tenías dieciséis.

RF: Sí.

ME: Cuando murió eras un chico, y ¿estabas en libertad condicional?

RF: Sí. En realidad llegué a estar en la cárcel.

ME: ¡No! ¿En serio?

RF: Pero el juez de menores sintió pena por mi mamá, que recién había enviudado y pensó que, si me dejaba en la cárcel o me mandaba a un reformatorio, entonces ella se quedaría sola y no tendría a nadie que la ayudara; y por esa razón se apiadó de mí. Y gracias a Dios que lo hizo porque yo recibí el mensaje. La cárcel no era divertida. Cualquiera que piense que estar en la cárcel es genial se equivoca.

ME: ¿Por qué estabas en libertad condicional? ¿Por robo de autos o qué?

RF: En realidad fue por algo muy insignificante comparado con lo que había estado haciendo antes. Creo que me detuvieron por haber robado partes de autos y ya antes había robado autos enteros y había entrado en casas.

ME: ¿Lo hiciste con algún amigo?

RF: Con un amigo que terminó en la cárcel y se quedó ahí.

ME: ¡Guau!

Fue hace mucho tiempo, pero igual. Este encuentro es sobre vos y no te voy a preguntar sobre otros escritores, pero me parece que a tus lectores y seguidores, acá, les gustaría que te preguntara sobre tu amistad con Raymond Carver. Vos lo recordaste en un hermoso texto del New Yorker en 1999 y también escribiste sobre las amistades literarias. Dijiste que eran complejas, difíciles, volátiles; pero tu amistad con él no fue de este estilo, fue una linda amistad.

RF: Sí. Fue genial. Cuando nos conocimos en 1977, yo ni siquiera sabía quién era él, ni él tampoco quién era yo. Y quedé cautivado por él, por este hombre que era generoso, divertido, atractivo de un modo presuntuoso. Y rápidamente nos volvimos amigos íntimos. En esa época, 1977, él estaba dejando atrás su adicción al alcohol. En ese momento no estaba bebiendo, pero había estado haciéndolo hasta hacía poco. Necesitaba deshacerse de sus viejos amigos con los que tomaba, necesitaba alejarse de todo ese mundo de bebedores, del tipo de comportamiento destructivo en el que estaba metido, incluyendo a su esposa. Y me conoció a mí, y en aquella época yo estaba como estoy ahora, vestido como un muchacho que sale de la universidad. Yo tenía una esposa, una casa, no estaba en bancarrota, no tenía hijos que odiara. Él pensó: Bueno, acá hay alguien que tiene una vida que me gustaría tener. Y esto no quiere decir que esté hablando mal de él o que esté diciendo que me haya mentido; él simplemente pensaba que yo tenía una vida diferente de la suya. Entonces lo llevamos a casa y lo cuidamos. Él no necesitaba que lo cuidaran, sólo un poco. Necesitaba que le corroboraran que lo que estaba haciendo era lo que necesitaba hacer. Yo leí sus cuentos y me gustaron y él leyó mi primera novela y me dijo que le había gustado mucho, aunque no creo que realmente le haya gustado.

ME: ¿Dónde fue esto? ¿En dónde estabas viviendo? Porque vos viviste por todo Estados Unidos, así que estoy perdida.

RF: Él vivió por todas partes también. En esa época estábamos viviendo en Princeton, Nueva Jersey.

ME: En Nueva Jersey…

RF: Sí, lo que fue una gran suerte para mí, vivir en Nueva Jersey. Y un poco más tarde, conoció a la mujer que se convertiría en su esposa. Y ella, mucho más que yo, se ocupó de su bienestar y estuvo con él, su nombre es Tess Gallagher y es poeta, ella lo cuidó y lo amó. No quiero decir que lo cuidó como si fuera su guardián, ella lo amó y estuvieron juntos los siguientes once años hasta que él murió. Hace treinta años que murió ya. Me hace muy feliz venir a Argentina, porque voy a muchos otros lugares en donde la gente no habla de Raymond Carver.

ME: ¿De verdad?

RF: No lo leen tanto como en Argentina y que acá lo hagan me pone muy contento, lo pondría a él muy contento. Anoche me contaron una cosa maravillosa, que él había venido a Argentina y había ido a Rosario. Y yo no lo sabía. No sé qué hizo allá. No es que deba saberlo, pero el hecho es que no lo sé.

ME: Y no podés hablarlo con él, lo cual no deja de ser triste.

Y ahora que mencionamos Nueva Jersey y que tuvimos una pequeña charla antes de la entrevista sobre alguien de Nueva Jersey que nos gusta a los dos, quería hacerte una pregunta. No hablás mucho de música en tu ficción, así que quería saber qué músico te gusta y si la música es importante en tu escritura y, si no lo es, de todos modos quién te gusta, qué música escuchás.

RF: Sí, estuvimos hablando de Springsteen. Y yo soy su fan desde siempre. Pero ya que señalás que la música no tiene un gran papel en mi ficción, te voy a contar una historia. Cuando estaba escribiendo El periodista deportivo, hay una escena en esa novela en la que Frank sufre un accidente en el estacionamiento de un centro comercial; alguien choca la cabina telefónica en la que él está, y Frank queda muy lastimado. Y una chica, una mujer joven, se acerca desde un puesto de hamburguesas para ver si está bien. Llega a la cabina y ahí está Frank muy golpeado. Yo tenía que imaginar qué ropa llevaba, básicamente tenía que vestirla y pensé: ¿Qué puedo hacer que tenga puesto para distinguirla rápidamente y así no tener que perder tiempo? No era un personaje importante, lo único que me importaba era que los lectores pudieran verla y, entonces, pensé: Podría tener una remera de Bruce Springsteen, ya que la escena sucede en Freehold, Nueva Jersey. Pero me dije: Ni se te ocurra ponerle a la chica una remera de Bruce Springsteen, porque apenas invoques a Bruce Springsteen, la escena deja de ser tuya. Él era un ícono tan poderoso que ni siquiera podía mencionar su nombre. Le conté a Springsteen la anécdota, se la conté hará una semana atrás y a él no le resultó muy interesante, creo que lo hubiera hecho mucho más feliz si le hubiese puesto la remera a la chica. (Risas). Pero yo le dije: “No, porque entonces es tu escena y no la mía”. Así que cuando me preguntás sobre la música, yo creo que hablar de música o hacer referencias musicales en el texto de una novela es un asunto delicado, nunca sabés, por ejemplo, qué tipo de asociaciones va a hacer el lector con cualquier cosa que menciones. Si hablás de la Fantasía de Schubert no sabés qué va a pensar el lector. Lo otro es que la sinestesia de escuchar música a partir de lo que figura en la página es muy torpe, en cierto modo. Yo no podría hacerlo bien. No sentiría estar suministrando una experiencia sensorial al hacerlo. Así que no lo hago. No creo poder hacerlo bien.

ME: Pero quizá porque sos de Mississippi. ¿Escuchás blues, por ejemplo?

RF: Todo el tiempo. Cuando era chico, en los cincuenta, estaban las leyes de segregación, pero solíamos tener fiestas en el delta del Mississippi, a las que venían a tocar bandas de músicos negros. Teníamos a B. B. King, Howlin’ Wolf, Little Walter, toda esta gente increíble que vivía en Chicago y venía para lo que se llamaba el Chitlin’ Circuit. Llegaban desde donde eran oriundos, Muddy Waters, por ejemplo, y tocaban para nosotros, pequeños niños blancos del secundario o de la universidad. Yo solía sentarme en el amplificador de Howlin’ Wolf. Uno de los grandes momentos de mi vida. No sé cuánta gente en este salón sabe quién fue Howlin´ Wolf. Él era un ser humano de un tamaño considerable, era grande como una de las columnas de allá. Tocaba la armónica y cantaba con una voz que no se volverá a oír jamás.

ME: Un personaje enorme.

RF: Un gigante. Y conmigo fue muy bueno, quiero decirlo. Si hubiera querido, podría no haberlo sido.

ME: No quiero pasar de Howlin’ Wolf a esta otra persona, pero es inevitable, porque vos hablaste de él en el suplemento literario Times de Londres, antes de que fuera elegido. Me refiero a Donald Trump. Ahí dijiste que Donald Trump era extrañamente insubstancial. Algo que uno no puede tocar.

RF: Sí.

ME: También dijiste que, para alguien tan escandaloso, era rara esta característica de insubstancialidad. Que era grotesco y que, sinceramente, esperabas que no fuera elegido. Pero lo fue.

RF: Es verdad, deseaba que no fuera elegido. Lo deseaba e hice predicciones temerarias acerca de que jamás sería elegido. En consecuencia, ya no escribo más de política para The Guardian, porque aparentemente mi palabra no tiene ningún valor.

ME: Ahora que es presidente, ¿cambiaste en algo lo que pensás acerca de él? Supongo que te tomó por sorpresa cuando fue electo, ¿o no te sorprendió para nada?

RF: Me sorprendió muchísimo. Estaba conmocionado y horrorizado. Sigo conmocionado y horrorizado. Todos los días lamento que sea presidente. Y no te quiero contar qué es lo que deseo cada vez que me levanto a la mañana, no te lo voy a decir. Pero cuando pienso en mis compatriotas… Vos dijiste algo en una entrevista sobre lo que me quedé pensando desde que lo leí. Dijiste que Argentina era una sociedad muy politizada y que cuando visitaste Estados Unidos te pareció que la sociedad no estaba muy politizada. Y en cierto modo, de un modo muy fundamental, vos tenías razón. Y en especial tenías razón en el sentido de que a los estadounidenses no les gusta el Gobierno, no quieren pensar acerca del Gobierno, pero sí quieren un Gobierno que haga todo lo que ellos quieren que un Gobierno haga para ellos ya mismo. Los estadounidenses son muy poco sofisticados sobre la gobernabilidad, son muy poco sofisticados acerca de sus candidatos, votan en contra de sus intereses, no entienden cuáles son sus intereses, en su mayoría –estoy hablando de la mitad de la población– se mienten a sí mismos. Trump es un ejemplo perfecto: es un monstruo con las mujeres y, sin embargo, la derecha religiosa vota por él. De modo que, debido al predominio de estas actitudes políticas y sociales, no es sorprendente que se elija a un imbécil como Trump para que sea presidente de Estados Unidos. No resulta para nada sorprendente, porque a la gente le importa un carajo. E incluso a los demócratas –que uno pensaría que en general son más razonables– tampoco les importa un carajo, porque jamás deberían haber elegido a Hillary Clinton como candidata a presidente. Es una candidata que no genera el menor interés. Ella puede hacer alguna demostración pública de poder porque es la esposa de Bill Clinton. Si hubiera sido presidente, probablemente hubiese sido una presidente extraordinaria. Creo que es, quizá, la candidata más inteligente, después de Thomas Jefferson. Pero totalmente inelegible.

ME: Vi una entrevista en la que dijiste que, cuando Reagan fue elegido, le prometió al pueblo americano que si hacía al rico más rico, de alguna manera, eso se iba a derramar al resto.

RF: La famosa teoría del derrame.

ME: Acá también nos dejamos engañar por esa fantasía. Y simplemente no sucede.

RF: Simplemente no sucede. Ellos tienen la plata en su poder y no te la van a dar. Incluso si la necesitás, si tu vida depende de ello, no quieren que la tengas. Es de ellos.

ME: Es de ellos, sí.

RF: Y en general las grandes fortunas estadounidenses no fueron amasadas por la gente que las tiene ahora, fueron heredas. No trabajaron un solo día para conseguirlas. Vas a una de estas grandes estancias que hay en Montana, en donde vivo una parte del año, y estos tipos son lo más recalcitrantemente extremistas y republicanos del mundo y lo que te dicen es: “Soy la última generación de esta estancia”. Y vos le respondés: “Sí, pero no trabajaste un solo día en ella; hacés todo lo que está a tu alcance para no pagar ni un centavo de impuestos; recibís dinero del Estado para no cultivar soja, ¿y pretendés ser mi héroe? No sos mi héroe, sos un parásito del Estado”.

ME: Sí, así es como te volvés rico: heredando. No tengo chance, entonces. Bueno, vamos a ir cerrando. Podría estar hablando con vos por siglos…

RF: Pero hay otras cosas que hacer.

ME: Tenemos que terminar. La última pregunta no es acerca de tus planes específicos, pero sí en general. ¿Estás en una época en la que no estás escribiendo o podés escribir cuando viajás? ¿Estás planeando algo, como una novela, cuentos? ¿Cómo anda tu vida de escritor ahora mismo?

RF: Es fácil. Escribí un ensayo hoy en mi hotel. Terminé un texto para el New Yorker antes de ayer en el hotel. Colectivos, trenes, autos, taxis, todos son buenos lugares para escribir. Durante el último año estuve escribiendo cuentos. Tengo alrededor de ocho. Y ahora me enfrento al dilema acerca de si debo violar la regla de mi esposa que me prohíbe escribir de nuevo. Doy clases en Columbia desde hace cinco años y: a) soy demasiado viejo para estar haciéndolo, b) soy muy bueno haciéndolo, c) quiero demasiado a mis alumnos. Por lo tanto, es el momento de parar, de abandonar, porque no me formé para ser un profesor, y puedo hacerlo, pero si quiero volver a ser un novelista, este es el momento en el que tengo que enfrentarme con la decisión de si hacerlo o no. Además, para ser sincero, si dejo de enseñar…, necesito el dinero. Necesito el dinero.

ME: ¿Qué edad tienen tus alumnos?

RF: Tienen veintiocho como promedio. Maravillosa gente joven. Cuando empecé a enseñar, pensé: No quiero ser el amigo de estas personas, sólo quiero ser su profesor. Ahora la cosa está ablandándose un poco, me siento más amigable hacia ellos. Y me parece que es peligroso, porque no tengo hijos, no me gustan los chicos y no quiero que sean mis hijos postizos. Así que ya tuve suficiente.

ME: Gracias por decirlo. Yo tampoco tengo hijos y no me gustan los chicos.

RF: A mí tampoco.

ME: Se termina acá.

RF: Se termina acá. La civilización se detiene, acá mismo.

ME: Y la entrevista también termina acá. Richard, muchas gracias.

RF: Fue un placer hacer esto con vos.

ME: La pasé bárbaro.

RF: Muchas gracias.

ME: Lo hiciste muy fácil.

(Aplausos del público).

Y muchas gracias a todos por venir. Si quieren preguntarle algo, está dispuesto.

Mujer1: Hola, quería decir que Raymond Carver no solamente estuvo en Rosario, sino que dejó un poema de su visita. Se llama “Cutlery”, es un poema en el que reinventa un poco Rosario a partir de algo tan real como su río.

RF: Si no lo conozco, es porque solía molestar a Carver sobre sus poemas. Siempre le decía: “Tus poemas son las partes de tus cuentos que eliminaste y que cayeron al piso y luego juntaste todo eso e hiciste poemas”. Ese comentario no le causaba gracia porque se consideraba un poeta antes que nada. Él sentía que esa era su misión, su vocación como escritor: ser poeta. Yo solía bromear: “Vos podés escribir esos poemas, cualquiera puede escribir esos poemas”; pero nadie podía escribir esos cuentos.

Mujer2: Dos preguntas. Una es por qué a Frank Bascome en el segundo libro lo convierte en vendedor de casas, qué decisión, con qué estrategia, qué quería mostrar; y la otra, si podría contar qué enseña en su curso a esos estudiantes.

RF: En cuanto al trabajo de Frank como agente inmobiliario, voy a tratar de decirlo brevemente: cuando terminé de escribir El periodista deportivo (como él era periodista deportivo) me dije: No puedo volver a eso otra vez, ya dije todo lo que sabía al respecto. Entonces pensé: ¿Qué tipo de profesión o manera de ganarse la vida le puedo dar a Frank Bascombe? Porque, para mí, por la manera en que me crié, lo que alguien hace en la vida es lo que lo vuelve verosímil. Mi papá tenía muy pocos amigos, pero lo único que sabíamos de ellos era qué empleos tenían; por ahí no sabíamos los nombres, pero sabíamos que trabajaban para esta empresa o esta otra. La habilidad de pagar las cuentas y ganarse la vida es lo más significativo acerca de una persona, así que cuando decidí que tenía que darle a Frank una nueva manera de ganarse la vida, me pregunté: ¿Sobre qué cosa sé algo? Estudié Derecho, pero no quería escribir sobre abogados; estuve con los marines, pero no quería escribir sobre ser soldado; así que pensé que lo que más había hecho en la vida antes que cualquier otra cosa era mirar casas. Alquilé casas, compré casas, viví en casas, observé casas durante toda mi vida, entonces lo decidí: Voy a hacer que Frank sea un agente inmobiliario. Porque también tenía que ser algo que le permitiera cambiar de carrera en el medio de su vida sin requerir un aprendizaje especial. Tenía que ser fácil, para que yo lo pudiera convertir en eso, y porque sabía mucho sobre propiedades, realmente sabía mucho y todavía sé. Esa fue la razón por la que elegí esa profesión. Y terminó siendo una buena elección, porque, al menos en Estados Unidos –aunque debe ser también verdad en Argentina y en todos lados–, saber sobre propiedades y operaciones inmobiliarias es un tipo de conocimiento acerca del mundo muy personal. Además te da un modo muy íntimo de pensar sobre la identidad nacional y la economía del país, cosa que no había anticipado, pero que vino con la elección de la profesión.

Con respecto a lo que les enseño a los estudiantes de posgrado, este año, este semestre (sólo enseño un semestre al año): doy un curso que se llama “El lugar como lugar”, y empezamos con un libro de Edward Casey llamado The Fate of Place en donde examinamos el lugar, pero no el lugar en la literatura, sino como concepción humana que va desde antes de Aristóteles, pasando por Platón y Aristóteles, hasta Merleau Ponty y los fenomenólogos. Y después tengo muy buenos libros con los que trabajamos, uno de los cuales es El enigma de la llegada de V. S Naipaul y trabajamos con Wallace Stegner, trabajamos con Richard Hugo, trabajamos con muchísimos libros tratando de entender cómo el lugar es un elemento central en la literatura. Es más interesante que cómo lo presento.

Hombre: Tengo una pregunta. ¿Tiene alguna novela sin publicar o rechazada?

RF: ¿Si tengo alguna?

Hombre: Sí.

RF: No.

Hombre: ¿No? ¿Ninguna novela rechazada? Usted es muy afortunado.

RF: Nunca empecé un libro que no terminara, nunca terminé un libro que no publicara, nunca publiqué un libro que no hiciera de la mejor manera posible. Tengo un gran miedo al fracaso, porque fallé en muchas cosas cuando era joven. Creo que en parte me impulsa el miedo a empezar algo que no voy a terminar. Por la dislexia, cuando era chico, siempre empezaba cosas que no terminaba porque mi atención iba de un lugar a otro, o intentaba leer un libro y no pasaba de la página veinticinco porque no podía leer suficientemente rápido. Así que cuando al final entendí que iba a tener que tener mucho más tesón, que fue alrededor de los diecinueve, ahí decidí que no iba a empezar nada que no terminara. Y eso es lo que hice. No recomiendo como método de vida el miedo al fracaso, pero hay peores razones para escribir novelas.

Hombre: ¿Su esposa viajó a Argentina con usted?

RF: No, lamento decirte que mi mujer es funcionaria pública. Trabaja en política en Maine, ahora es concejal, y forma parte del equipo para las elecciones a gobernador en el estado Maine. Tenía demasiadas cosas que hacer.

Hombre: Porque quería agradecerle por todo su apoyo a tu trabajo.

RF: Vas a tener que ponerte en la cola para eso, porque yo le agradezco todos los días. Pero le voy a decir lo que dijiste, es muy amable de tu parte. Una de las cosas que Kristina no es es ser poco agradecida, ella agradece todo.

Mujer3: Vos hablaste sobre la amistad en la literatura –mencionaste a Carver– y también que siempre recordabas…, como que vivías con tus papás en la cabeza. ¿Con Carver te pasa lo mismo, que él está dentro de vos, que lo tenés en tus recuerdos siempre? Y con respecto a las amistades literarias actuales, yo vi varias entrevistas –o por ahí es mi imaginación, como dice Mariana– en las que decís que estás en contacto con Lorrie Moore. No sé qué pensás de ella, sobre su trabajo. Y nada más. Eso. Y sobre la amistad en la literatura, ahora, en este momento.

RF: Si no te molesta voy a ir de la tercera a la primera. Creo que Lorrie Moore –a la que conozco hace treinta años– es una escritora distintiva. Está entre nuestros mejores escritores contemporáneos. Es capaz de hacer lo que para mí es fundamental: ser graciosa y seria al mismo tiempo. Y sin resignar ninguna de las dos cosas. Henry James, en uno de sus prefacios, dice: “No hay nada más humano que aquellas cosas que reflejan, en la confusión de la vida, la relación entre la dicha y lo siniestro, entre las cosas que nos ayudan y las que nos lastiman”. Y ella siempre está escribiendo sobre las cosas que ayudan y las que lastiman a la vez. ¿Y si pienso sobre Ray? Todo el tiempo. Todo el tiempo. Es una de las cosas sobre las que pienso todo el tiempo, fue un hombre amable y querido, y pensar en él ahora que ya no está hace tanto… Lo extraño, pero pienso en él con gusto y placer. La amistad es un asunto espinoso. Escribí sobre esto en Francamente, Frank. Soy duro con mis amigos y, de vez en cuando, tacho alguno. Si fuimos amigos durante veinticinco años y ya no hacés más contribuciones a mi vida, no voy a tenerte más en mi vida. Creo que es una actitud muy saludable. No lo hago con amargura, no lo hago como castigo; pero la vida es muy corta como para pasar tiempo escuchando cosas que no me interesa escuchar. En general, es porque alguien no es lo suficientemente cuidadoso conmigo. Soy un amigo muy exigente. Tenés que ser bueno conmigo, porque yo voy a ser bueno con vos. Así que, de vez en cuando, alguien queda “fuera de servicio”. Te voy a dar un ejemplo: no leo las reseñas de mis libros, nunca las leo. No leo lo que la gente escribe sobre mí, no busco mi foto en los diarios, no quiero saber estas cosas, no siento ninguna necesidad de hacerlo. Mi esposa las lee y de vez en cuando me dice: “Hicieron un buen comentario sobre tu libro” y con eso me basta, es todo lo que necesito saber. Entonces este hombre, que aparentemente era amigo mío, me escribió un email: “Vi esa reseña bochornosa en el Publishers Weekly. No quiero que te preocupes para nada, no quiero que pienses en eso, todos hemos sido ninguneados alguna vez”. Y yo dije: “Listo. Sos hombre muerto”. Porque yo no conocía esa crítica y tuve que levantarme un martes a la mañana para encontrarme ese mensaje, que se suponía que era considerado, diciéndome que no me tenía que preocupar sobre esta mala reseña que yo no había visto hasta entonces. Esto es un aniquilador de amistades en lo que a mí concierne. Soy muy sensible, “piel delgada”, así le llamo yo. No te puede tomar por sorpresa, soy muy sensible. Fui boxeador, no me gustaba que me pegaran en la cara y la única manera que se me ocurrió para que no lo hicieran, ya sabés cuál es…

Mujer4: Me gustaría saber qué es lo que piensa de Argentina y de los escritores argentinos.

RF: Para mí Argentina es salones como este, taxis y cuartos de hotel. Y, en ese sentido, es muy parecida a Polonia. El clima es un poco mejor. Lo que sé de Argentina lo sé a partir de la lectura de Borges. Eso es lo único que sé de Argentina. Porque hizo de Buenos Aires un lugar tan complejo, misterioso y, al mismo tiempo, tan rico y dinámico. Me llevó mucho tiempo sentir que estaba lo suficientemente grande como para venir a Buenos Aires, que era lo bastante maduro para venir, no estoy seguro de serlo, pero tenía que venir antes de volverme demasiado viejo. Y la segunda cosa que me preguntó ¿cuál era?

Mujer4: ¿Qué piensa de los escritores argentinos?

RF: Le voy a decir la verdad. Leí a Puig y Silvina Ocampo y leí, por supuesto, a Borges, en especial durante los sesenta y los setenta, cuando eran nuevos para nosotros. Los leíamos mucho, nosotros los escritores jóvenes de Estados Unidos; pero leíamos todo en traducciones y, al leer todo así, es lo mismo con Chejov, es lo mismo con Turgueniev, lo mismo con Stendhal, un poco era como que todos estos escritores eran estadounidenses. Yo tenía acceso a ellos en un libro escrito en inglés. Así que, aunque dijera Buenos Aires, no significaba mucho para mí. Y no creo que sea algo malo: para mí la identidad nacional es algo muy secundario. Creo que, a medida que el mundo se hace más pequeño, y a menos que levantemos un muro, va a volverse cada vez más secundario debido a que la literatura, la gran literatura traducida, cruza las fronteras. Así que podía leer a Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, en mi pequeño cuarto en Ann Arbor, Michigan, en 1971, y era como si alguien que yo conociera lo hubiera escrito. Y entonces, cuando Borges fue a Michigan, hice dedo en medio de una tormenta de nieve para ir a verlo y no sentí que estaba con alguien que venía de Argentina, sino con alguien que escribía libros. Esa es la idea que yo tengo. Para mí la traducción es el gran regalo de mi vida. Me importa mucho más cómo la gente lee mis libros fuera de Estados Unidos que las lecturas que se hacen en mi propio país. Muchas gracias.

APLAUSOS

Para los lectores que quieran obtener más material periodístico sobre Richard Ford, recomendamos el diálogo que el autor mantuvo con nuestra colaboradora Paula Varsavsky en el marco de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2018.