Debates: Primer libro, publicado. ¿Y después qué?

La edición del primer libro ¿compensa las grandes ilusiones del autor acerca de lo que llegaría junto a esa instancia? ¿Qué horizonte deja al descubierto la tan ansiada salida del “primer texto en letras de molde”? La balandra convocó a once reconocidos narradores para que hagan memoria y nos cuenten cuáles fueron las expectativas que tuvieron antes de que su ópera prima viera la calle, y qué cambió en su trayectoria como escritores. ¿Qué pasa cuando, al cumplir el sueño del libro propio, hay que enfrentarse con el después?

Salvo excepciones, todo autor que no ha visto aún su nombre impreso en una tapa fantasea con la llegada de ese primer libro, esperado por años, muchas veces como parteaguas de la vida personal, o más aún, de la literatura. Ese libro que la imaginación suele ver junto a los de autores admirados, en la mesa de novedades o la vidriera de una librería; o citado, y claramente elogiado, en un suplemento cultural; ese objeto que dará revancha a los comentarios de familiares o amigos, compañeros de oficina, que durante años descalificaron, con un simple ¿todavía con eso, vos?, el despliegue de tiempo y energía, de enorme compromiso, dedicados por un escritor al proyecto y a la maduración de un texto hasta el punto de transformarlo en obra “terminada”. Ese entorno que ha sido testigo o ha ignorado el padecimiento de someterse a otras tantas instancias como plazos de resoluciones de concursos, devoluciones idóneas, dictámenes de editoriales, esperas y desesperos, pruebas de galera y toda clase de idas y vueltas. Llegó el día D: el autor tiene consigo, por fin, su primer libro publicado.

De acuerdo a la expectativa que antecedió a ese momento, puede que al recibir los ejemplares en la caja de la imprenta, ese objeto, multiplicado en tantos ejemplares, resulte distinto a lo que se imaginó, quizá demasiado “finito”, quizá la letra de sus páginas no sea la que se había visto impresa en la imaginación, el espacio de interlineado suene extraño, apretado, quizá la foto o dibujo de portada no luzca como lucía en los sueños. Puede que aquí se instale una primera, ínfima pero inquietante desilusión, que se compensará de inmediato con el hecho de que ahora ese objeto anhelado se puede tocar, abrir y cerrar, oler, deslizar fácilmente dentro de una cartera o portafolios, regalar y dedicar. El autor está listo para sentarse ante cualquier escritorio a firmar ejemplares, a disfrutar de ese nuevo estatus al que lo ha catapultado ese momento único, en apariencia definitivo y definitorio, en que deja la condición de “inédito” para, a través de la magia de un ejemplar publicado, verse convertido en “escritor”. Cómo no palpitar el enorme horizonte que le aguarda a ese libro de ahí en más.

Quizá venga el momento de la presentación, el saludar a unos y otros, el ver un interés genuino en los demás por llevarse a casa un ejemplar. Pero luego comienzan a pasar los días, que se hacen semanas, pasan los meses, llega la nueva estación climática, y el libro, ese primer libro, probablemente empiece a tener un peso que no es el de sus páginas, sino el de la desilusión anímica; los sueños dejan de incluirlo en las vidrieras de una librería importante, o en las páginas de una publicación cultural, porque alcanza con reemplazar la pesadilla de saberlo entre pilas de otros ejemplares en un depósito, o en un ropero repleto hasta el techo, por el logro de, aunque más no sea, verlo lucirse en el más modesto estante de una biblioteca del barrio en el que vive una prima, o una mesa de saldos, o la manta de una feria de usados, o la mesita de luz de un pariente cercano.

Aunque suene triste o desesperanzador, la experiencia de la mayoría de los narradores parece demostrar que el logro de ese primer libro editado no siempre trae aparejada la repercusión literaria, ni siquiera la certeza de que el autor ha pasado a otro nivel. Y ni hablar de satisfacer la muy común fantasía de los cambios significativos en la economía del autor: en el mundo entero son pocos, muy pocos los escritores que pueden vivir de las regalías. El universo sigue su marcha, entonces, ajeno a ese “hito” con título y nombre propio, y la comprobación de esta nulidad de reacción suele provocar un desconcierto tan inmenso como el entorno que lo rodea.

Claro que también podría suceder que el éxito corone el primer libro de un narrador, y que su nombre se vea de un día para el otro encabezando las primeras planas de los diarios, cosa que por lo general sucede cuando el concurso es financiado por grandes capitales, pero entonces, otra emboscada: cómo no creer que así será siempre, con cada uno de los títulos que seguirán a este afortunado inicio. Y es cierto que nada garantiza la continuidad gloriosa a un inicio contundente, aunque hay excepciones, pocas excepciones.

Pero sea uno u otro caso el panorama de sucesos que siguen a esa primera publicación, aportará una enseñanza que convendría tener presente, tal como parece expresarse en el testimonio de estos once autores. Ellos, que como tantos otros han pasado la experiencia de ver publicado su primer libro con suerte dispar, conforman no sólo un relato del horizonte realista al que se verá enfrentado un autor principiante sino un collage de verdaderas confesiones sobre un tiempo que muchos sueñan y otros quisieran olvidar.

“Yo, un simple muchacho de barrio, había escrito un libro. Iba a las librerías y me hacía pasar por otra persona, preguntaba si lo tenían, cuántos se habían vendido. Era sospechoso. Los libreros conocen a esta clase de desesperados.”

Sebastián Basualdo

“Pensé que las cosas se precipitarían en los próximos libros, sobre todo a partir de El desamparo, novela que escribía por aquellos días (años 95, 96). Pensé que entraría a un salón. Las cosas no se precipitaron para nada. Los libros se han sucedido y avanzo lentamente hacia un umbral que pareciera no logro atravesar.”

Gustavo Ferreyra

“El tiempo fue pasando y otras obras ocuparon el lugar de la mía en la mesa de novedades. El único reconocimiento que obtuve en ese momento, además de la difusión en diarios locales, una entrevista en la televisión y varias en la radio, fue el de los lectores que me escribían.”

Mercedes Giuffré

“Es natural y razonable que la publicación de un primer libro se espere ansiosamente, como a un hito que marque un antes y un después en la historia, en la literatura, en la vida del escritor o, aunque más no sea, que cause un poco de revuelo en el barrio.”

Juan Sabia

“Cuando ves el texto en proceso, o recién terminado, todo parece posible, pero cuando estás frente a esas cajas tiradas en un baúl, nacen dudas inesperadas y aplastantes. En efecto, durante un tiempo no pasó nada.”

Felix Bruzzone

“Tenía escritas cinco novelas y pensaba que con mi primera publicación empezaba el viaje más esperado: dejar atrás cuatro años de mandar carpetas anilladas con mis manuscritos a innumerables editoriales y a concursos literarios.”

Juan Guinot

“Me había separado, estaba deprimida y me preocupaba más decidir si le iba a dedicar el libro a él (¿me iba a bancar ver su nombre estampado en quinientos ejemplares?), que si saldrían reseñas en los diarios. ”

Alejandra Zina

“Mi primer libro lo pagué de mi bolsillo. O del bolsillo de mis padres y de mi hermano que me dieron una gran mano. Publicar pagando era algo que no me terminaba de cerrar. ”

Hernán Ronsino

“La recepción de Amores brutales fue maravillosa –hicieron una primera edición y dos reimpresiones, la crítica lo trató muy bien, más tarde se reeditó dos veces en España y una en Argentina–, pero mejor aún fue a nivel personal. ”

Carlos Chernov

“Cuando el lector llega, uno ya está en otro lado. Literalmente.”

Fernanda García Lao

“El día después de la publicación parece estar asociado a la urgencia: si el libro salió al encuentro de otro, quiero que ese encuentro se produzca ya.”

Débora Mundani

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Se puede acceder a la nota completa en el Número 11 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.

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