Editorial La balandra Nro. 12

Qué indispensable es, para la tarea del escritor, el silencio. No el que amordaza e inhibe, sino ese acto voluntario que propicia la verdadera escucha, la del afuera, la del adentro; siempre a la pesca de esa palabra genuina, tantas veces a punto de ser anulada por el barullo descomunal de nuestra época. Para reconocer el ínfimo sonido de una idea que asoma, el escritor debe silenciarse ahora, atender a la contemplación de estos tiempos, ser capaz de observar y preguntarse qué ha sucedido, de anticipar qué puede suceder. “La gente inteligente hoy calla”, afirma Pepe Ribas, creador de Ajoblanco, una revista que fundó un modo de hacer en Barcelona. Acordamos con él. Es bueno moderar el volumen, pensar antes de hablar, seleccionar las palabras que se pronunciarán o escribirán, hacer espacio para que fecunden las palabras vertidas por otro. Nadie está a salvo de la estupidez y del exabrupto: la propaganda enjundiosa, el aplauso cautivo, Internet, las redes sociales exponen nuestra torpeza y la replican, la guardan, la celebran. Entonces, así como el pescador que calla para escuchar si hay pique o no lo hay, el escritor deberá huir del ruido para interiorizarse, lanzar su caña a profundidades no previstas, encontrar su verdad, la que conmueva y traiga luz e inteligencia a un mundo que gira en la oscuridad.

Alejandra Laurencich

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