Editorial La balandra Nro. 10

Escribir este número aquí, en el editorial, impacta tanto como haber llegado hasta él. Es obvio, pensamos: la cifra, para la humanidad y desde épocas remotas, tuvo una significación decisiva; el sistema decimal, las tablas de la ley, los dedos de las manos y los pies; incluso en nuestro país es pronunciado el diez para dar cuenta de un excelente estado de ánimo o premiar el esfuerzo de los estudiantes; hubo un jugador de fútbol que lo dotó de personalidad y lo alzó a alturas divinas y otro que recogió la antorcha, ambos llevan en la camiseta el número que lo dice todo, que lo resume todo. No hay mucho para hacer si uno pretende desentenderse del peso de esta cifra rotunda. Hay en ella completud, aunque esa misma característica implique también un vacío para el que ose lucirla, para el que intente ser portador del diez. Plenitud y vacío, como en la runa Odín, usada en la mitología vikinga: la runa blanca. Por eso la tapa, abrigando este número en el que celebramos los anteriores que han posibilitado llegar hasta acá. Pero si el número nombra la excelencia, es por otro lado también sólo una cifra, una nada insignificante en un universo inimaginable en sus dimensiones. ¿Qué puede significar haber llegado al número 10 en un planeta como el que vivimos? Mucho y nada. Sin embargo, hay cosas que por insignificantes que sean en la coreografía de galaxias y supernovas muestran en sí mismas algo tan necesario, irrepetible y cotidiano como cada crepúsculo, el día se cierra y da paso a la noche, es una nota precisa, un instante que divide los tiempos: hacia atrás, la luminosidad, hacia adelante, la penumbra. Fin o principio. Ciclos que volverán a levantarse en un nuevo giro, que muestran el orden que mueve las cosas. Haber llegado aquí, entonces, tener diez revistas publicadas y en la calle es nada y todo: un número redondo, un premio al esfuerzo. Algo se ha cerrado y algo se abre. Sólo conoceremos el futuro construyéndolo; mientras tanto, lo que hubo hasta ahora nos permite celebrar. Gracias por haber estado ahí, por seguir danzando.

Alejandra Laurencich