Opinión: Leer a Cortázar hoy

¿Sigue viva la literatura de Julio Cortázar? ¿Hay resonancia de su obra en la generación de jóvenes que lo sobrevive en el tiempo? En este conmovedor testimonio, la crítica Elsa Drucaroff reflexiona sobre ciertas posturas de prejuicio y nos muestra algunas de las posibles respuestas.

Por Elsa Drucaroff

Me conmovió porque leía a Cortázar. Fue una noche antes del 2001, en un locutorio de Recoleta. Leía 62 modelo para armar en el mostrador mientras adjudicaba computadoras. Él tenía pelo largo y peircing, belleza infantil; voz pastosa, una ansiedad que desbordaba y dieciocho años. Le hice un comentario cómplice, siento complicidad con quienes leen. Dijo: “¡Este libro te disloca todo!”. Con el lápiz con que subrayaba la novela dibujó un cuadrado con puerta, en la fórmica del mostrador: “Ves, podés entrar por acá, ésta es la entrada, pero él te dice que entres por acá, o por acá, o por cualquier otro lado menos por la entrada”. Y borraba con los dedos el cuadrado, para mostrar que cualquier lugar era válido, que el concepto mismo de cuadrado había muerto. Julio Cortázar está muerto; él no. El muchacho del locutorio estaba vivo pese a las diez horas de jornada y a no tener una gota de futuro. En ese libro manoseado por sus manos sudadas de mover el mouse, subrayada por un lápiz de punta carcomida, la vida resistía.

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