Nociones de oficio: En busca del Tiempo Narrado

Esta sección va dedicada a todos los que buscan iniciarse en el oficio de narrar y a los lectores que, sin tal necesidad, quieren conocer algunos de las posibles cuestiones a las que se enfrentan los autores de narrativa. Tal conocimiento surge de la experiencia directa de los talleres literarios coordinados por la autora a lo largo de los años. No es un manual ni un compendio de reglas, sino una ligera recopilación de ideas que pueden ayudar al escritor novato.

Por Alejandra Laurencich

 

Para qué sirven las conjugaciones verbales

La mayoría de los niños en la escuela primaria suelen sentirse torturados por la enseñanza de los verbos. Mientras caminan hacia las aulas, sus pequeños estómagos comienzan a revolverse ante lo que perciben inminente: la voz de su maestra dando la orden Conjugar en pretérito imperfecto del modo indicativo el verbo “planchar”. Perversa voz que habla de una materia incomprensible e inútil. ¿Para qué quiero saber cómo se conjugan los verbos?, le dirán los chicos a sus madres, al volver a casa, mientras toman la chocolatada con la sensación de ir entibiando su alma después de la paliza de tiempos verbales con que han sido azotados durante la jornada. Y sus madres, dirán: Es importante, hijo, sin estar muy convencidas de la afirmación porque recordarán a su vez la voz de su maestra repitiendo: Niños: quiero que conjuguen el verbo “saltar” en el pretérito pluscuamperfecto…

Cuánto sufrimiento ahorraríamos al mundo si pudiésemos ver la conjugación de los verbos en la función para la que fueron creados. Ordenar el relato, apoyar un discurso, comunicar con claridad. Notamos que la mayoría de las personas, aun los niños de escuela primaria, utilizan oralmente una cantidad mayor de conjugaciones y tiempos verbales que cuando escriben. Y además lo hacen naturalmente sin errores. También sus madres. Pueden mantener una conversación telefónica mientras se liman las uñas diciendo: Bueno, te cuento: estábamos ahí, en el cine, charloteando de pavadas como siempre, hasta que llegó Charito Martínez. No te imaginás cómo vino vestida. Llevaba un tapado de esos de piel de leopardo, los que usan las divas, hasta el suelo, un horror –supongo que debe habérselo sacado a la suegra, que le lleva una cabeza de estatura, por lo menos–. ¿Vos la conocés a la suegra, no? ¡Pero si que la conocés, gorda! Lilita Martínez, una mujer muy mona. Tenés que haberla visto, seguro, ese verano que estuvimos en Colonia, ¿te acordás que habíamos alquilado una casa divina, que tenía una galería de jazmines que?… Sí, esa. Ay, me encantaría volver a alquilarla este verano, si pudiese convencer al aburrido de Gustavo...Y así, el relato puede desarrollarse durante largos minutos, pincelando los antes y después de la historia con tiempos verbales exactamente conjugados. Pero si les pedimos a esas mismas señoras que redacten una brevísima historia sobre cualquiera de los temas abordados en su charla, nos vamos a encontrar con un empaste de tiempos verbales donde en medio de un párrafo que habla claramente del pasado, se nos aparece un presente injustificado, o viceversa. Y no una, sino varias veces. Podemos pedirle lo mismo a un abogado litigante: el resultado no será –en la mayoría de los casos– más alentador.

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