Nociones de oficio: La descripción

Esta sección va dedicada a todos los que buscan iniciarse en el oficio de narrar y a los lectores que, sin tal necesidad, quieren conocer algunas de las posibles cuestiones a las que se enfrentan los autores de narrativa. Tal conocimiento surge de la experiencia directa de los talleres literarios coordinados por la autora a lo largo de los años. No es un manual ni un compendio de reglas, sino una ligera recopilación de ideas que pueden ayudar al escritor novato.

Por Alejandra Laurencich

No aclaren que oscurecen

Es bastante común que los autores novatos comiencen un relato haciendo una introducción o descripción del estado de ánimo que les llevó a contar la historia que van a relatar. Y ponen en ella una serie de elementos descriptivos de sus emociones. Por ejemplo: Quince años después de lo sucedido me encuentro esta noche extraña de luna clara, sin viento, frente a la imperiosa necesidad de contar lo que pasó. Ya no puedo evitarlo, no después de hoy. Me levanto con decisión, me siento ahora frente al papel y comienzo, sin poder evitarlo: Esa madrugada yo había estado bebiendo… Y allí, recién después de los dos puntos, se larga el relato en cuestión, relato que en ningún momento vuelve al presente con el que se inició, a esa noche en que el narrador se ve en la “imperiosa necesidad” de contar la historia ocurrida quince años atrás. El lector, influido por esa introducción, espera durante toda la lectura la vuelta al presente, para ver de qué forma modificó al protagonista lo sucedido –esa noche o a partir de esa noche– y cómo terminó esa noche. Pero no hay vuelta, y el relato entonces queda con un pie sumergido en un presente falso cuando podría nadar sin ahogarse en esa madrugada pasada. Decimos entonces que en ese texto sobra la introducción. Se ha arrojado una pista falsa al lector, que abolla la redondez de la estructura y la forma.

En narrativa no hay que explicar por qué se cuenta lo que se cuenta, salvo que lo exija el mismo relato, la elección de un tipo de narrador que mantenga un cierto vínculo con el lector y a él le brinde sus razones. Pero si este no es el caso, es mejor pescar a los personajes en su actuar o decir, que explicar por qué se va a referir el narrador a ellos. Por eso la descripción de un personaje, o un escenario, tendrá sólo los elementos indispensables para la comprensión de la historia, y dejará la posibilidad al lector para que complete, con su imaginación y vivencias, todo aquello que no se le impone pero se le sugiere.

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