Nociones de oficio: La verosimilitud en narrativa

Esta sección va dedicada a todos los que buscan iniciarse en el oficio de narrar y a los lectores que, sin tal necesidad, quieren conocer algunas de las posibles cuestiones a las que se enfrentan los autores de narrativa. Está basado en la experiencia directa de los talleres literarios coordinados por su autora a lo largo de los años, que ha sido recopilada en el libro El taller. Nociones sobre el oficio de escribir (publicado por Aguilar, 2014).

Por Alejandra Laurencich

El hechizo de la mentira

Para conseguir que, frente a nuestra historia, el lector suspenda su incredulidad y se entregue sin reservas a los hechos narrados, debemos apelar a la mentira. ¿Pues de qué otro modo podríamos denominar a ese hechizo que consigue el escritor al conjugar las palabras exactas, los silencios oportunos, los hechos procedentes, los personajes adecuados, la forma, el tono, la sintaxis, sino como la elaboración de una gran mentira?

El autor cuenta sólo con palabras como materia (¡y si descomponemos las palabras en unidades más pequeñas nos encontraremos con un puñadito de letras o símbolos!), pero con ellas construye un universo que el lector jamás dudará en considerar como real. Éste será como esos niños inocentes que, guiados por la mano firme de sus padres, pueden seguirlos hasta lo imposible. Nos transformamos para nuestros lectores en una especie de autoridad amada (término usado por el austríaco Rudolf Steiner para referirse a ese período escolar en el que los niños hacen de sus padres y maestros personas incuestionables. Y pueden verlos jóvenes, bellos, veloces, aun cuando no posean ninguna de estas cualidades).

Los lectores tampoco cuestionarán una sola de nuestras aseveraciones sobre un hecho fraguado en nuestra imaginación si asumimos el rol de hechiceros. Cualquier ficción será considerada absolutamente cierta. ¿Qué responsabilidad nos toca en todo esto? Para conseguir la confianza del lector y el depósito de su fe, debemos construir un equilibro tal entre lo probable y lo imaginado que ninguna sospecha lo roce. Si el pobre es acometido, aunque más no sea durante un brevísimo instante, por dudas o molestias (¿Pero quién es el que habla ahora? ¡Esta descripción es muy larga! ¿No era que ese personaje había salido de la habitación? No creo que un médico sea capaz de un acto semejante. Este niño está pensando como un adulto. ¿Esto era lo que dejó pasmada a la vieja? Un millonario no se comporta con tanta afectación. Qué raro suena este adjetivo que pone acá), o cualquier otra objeción, de la naturaleza que fuera, el hechizo se rompe y ya no habrá modo de recuperarlo.

[…]

Se puede acceder a la nota completa en el Número 11 de La balandra digital, o en en la versión en papel, para lo cual hay que suscribirse.