Traductores: María Tellechea

Su primer libro traducido –La pureza de las palabras (Edhasa, 2014) de Jenny Erpenbeck– obtuvo una notable recepción en nuestro país y le dio a los lectores de habla hispana la posibilidad de celebrar la prosa de una muy singular autora alemana contemporánea. Sobre esta magnífica tarea y sus ideas sobre la traducción conversamos con la joven y brillante traductora neuquina, residente en Buenos Aires. En exclusiva, además, un anticipo de su próximo trabajo: fragmentos de la novela Leben, del autor alemán David Wagner, virtualmente desconocido en nuestro país.

–¿Cuál fue tu primer vínculo con la idea de traducir?

–Mi interés por las lenguas extranjeras. Al hablarlas o al leer algo que tal vez no entendía, tenía la sensación
de estar jugando a ser otra persona, y eso me gustaba. El primer contacto con la idea de traducir estuvo ligado a esa relación con lo extranjero, con lo otro, una relación que percibía –paradójicamente– como íntima y muy propia. Se producía en mí una especie de identificación o mimetización con ese personaje, que seguramente es la misma identificación que sucede cuando uno se ve reflejado en una novela o en un personaje de ficción o en un narrador. La necesidad de traducir nació quizá de esa necesidad de ser diferente, hablar de otro modo, con otra cadencia y sintaxis, a través de otras metáforas e imágenes, y creo que cuando uno traduce, en definitiva, se vuelve otro.

–¿Cómo te decidiste por el idioma alemán?

–Durante una estadía de algunos meses en Berlín me habían cautivado algunas de las particularidades de la lengua alemana, junto con el léxico de origen no latino. En ese entonces tenía veinticinco años y no sabía muy bien qué rumbo quería darle a mi vida. Ya en Buenos Aires, y con la sola intención de seguir aprendiendo esa lengua que me fascinaba, decidí anotarme para rendir el examen de ingreso al Instituto Lenguas Vivas en las carreras de Traducción y Profesorado en Alemán. Fue así que comencé a estudiar de verdad. Tuve la suerte de tener maestras que me inspiraron: Griselda Mársico, quien marcó mi rumbo académico hacia el traductorado en lugar de hacia el profesorado, y Martina Fernández Polcuch, quien sembró mi pasión por traducir literatura y me dio confianza, aliento y conocimiento y me demostró que esto que hacemos es efectivamente posible: ¡se puede traducir literatura aunque se trate del poema más sonoro e intertextual del mundo!

“Hay cosas que simplemente se perderán en la traducción y hay otras que se ganarán. Me gusta pensar en la traducción como un movimiento dinámico de enriquecimiento de ambos textos. En definitiva, todos los textos son nuevos y todos remiten a otros textos.”

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