Rodrigo Rey Rosa: “A escribir se aprende escribiendo”
Posted by La balandra on Apr 30, 2014 in Novedades | 0 comments
Entrevista a Rodrigo Rey Rosa
El escritor guatemalteco participará en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires como uno de los invitados especiales. Anticipándonos a la presentación, La balandra charló con Rodrigo Rey Rosa sobre sus comienzos, su obra y sus influencias. Además, el autor de Los sordos nos regaló algunos consejos para quienes se inician en el oficio de escribir.
Por Maumy González
Rodrigo Rey Rosa, escritor guatemalteco.
Al entrar a la sala veo una luz extraña que, en lugar de ser la típica anaranjada del atardecer, es medio azul y se cuela por los vidrios del noveno piso, sobre la Avenida Alem. A Rodrigo Rey Rosa, a quien he venido a entrevistar, lo veo al fondo, mullidamente instalado en un sillón. Me pregunto cómo es que a este hombre que me sonríe y, todo amabilidad, se levanta para darme la mano, se le ocurren las historias enrevesadas que he leído. Pero no se lo pregunto. Sólo lo saludo, sonrío —de puro nervio— y me siento lo más cerca que puedo.
La mayoría de las veces el escenario de las novelas de Rey Rosa es alguna ciudad guatemalteca. Y ese país, además de estar atravesado por la cultura maya también lo está, lamentablemente, por la violencia. Cómo se puede vivir tranquilo bajo la amenaza latente de los secuestros, los linchamientos, incluso de los volcanes, me pregunto, y vuelvo a morderme la lengua. Esa parte de la historia de Rey Rosa no es sobre la que quiero ahondar. Vine a preguntar sobre narrativa y a eso debería ir de lleno. Sin embargo, es difícil hacerlo. Muchos antes que yo le han preguntado ya cómo empezó, por qué escoge los temas que escoge, etcétera. Pero quizás —y acá es donde me anoto un punto— no le han preguntado qué le recomendaría a alguien que empieza a escribir. Entonces, me atrevo a encender el grabador.
Rodrigo Rey Rosa es un escritor bastante prolífico. Su obra, que abarca cuento y novela, ha sido traducida a varios idiomas y le ha valido el reconocimiento de la crítica internacional, además del Premio Nacional de Literatura de Guatemala Miguel Ángel Asturias en el 2004. Por lo general, sus novelas son breves y suele admitir que no las arma siguiendo un programa. Por eso empiezo apuntando las preguntas hacia allí:
—Si bien no suele empezar sus novelas con un plan de trabajo, es decir, sin una trama programada, ¿existe un tema disparador para sus historias?
—En el caso de Los sordos quería escribir una novela en la que la trama comenzara el mismo día en que me sentara a escribir. En esa época había salido a caminar, me gusta caminar, y me molestaba tener que andar por la calle esquivando guardaespaldas por todos lados. Generalmente, en Guatemala los edificios de apartamentos tienen letreros que dicen que no se aceptan guardaespaldas. Cuando la gente va de visita, estos hombres se quedan afuera, armando un grupo ahí, al medio. Viendo esta constante, se me ocurrió usarlos como personajes. Las primeras líneas que escribí de Los sordos fueron sobre una discusión que escucha un guardaespaldas durante una fiesta que, además, no forma parte de las primeras páginas de la novela. Es decir, que aunque la novela tiene esa parte incluida no es, necesariamente, lo primero que aparece. El trabajo que hice fue una especie de edición post escritura. Una vez tuve todo el material decidí en qué orden debía ir cada cosa.
—¿Cómo es ese trabajo de escritura y edición posterior?
—Después de tener la primera escena ya la cosa empieza a andar sobre rieles. Con Los sordos, por ejemplo, me propuse escribir dos páginas diarias como máximo, o mínimo, si se quiere. No es una regla general, sino que mis novelas anteriores siempre habían sido más cortas. Mi objetivo era que ésta pasara de doscientas páginas. Como escribo muy rápido, suelo escribir hasta quince o veinte páginas en un día, normalmente en un mes escribo las novelas cortas, si quería hacer algo más largo debía ir despacito, que escribirlo me tomara más o menos unos seis meses. A dos páginas diarias, calculé que tenía para ese tiempo tranquilamente. Cada día escribía mis dos páginas y no pasaba de ahí. Me quedaba pensando qué iba a pasar después, y al día siguiente ya tenía las dos páginas cubiertas. Dos o tres horas por la mañana y nada más. Era casi como una dieta, digamos. Me tenía que reprimir pero lo cumplí. Y terminé exactamente en nueve meses. Pero lo hice de una manera lineal. Después de que tuve todo el material comenzó el trabajo de edición. Pensar qué debería ir primero y qué después. Lo último que escribí de Los sordos fue la primera página actual de la novela. No la nota introductoria, sino la narración sobre el niño. Eso lo escribí cuando ya había terminado todo. Más o menos un par de meses me tomó el trabajo de edición. Porque uno corta, pone, lo deja ahí y hay que leerlo otra vez, y volver. En una última pasada ya tenía pocos cambios. Seis meses de escritura, luego un par de meses de edición.
—¿Y la caracterización de los personajes?
—Me formo una imagen mental de cada personaje a medida que voy necesitando que aparezca en la historia. Para Los sordos el primer personaje que se me ocurrió fue Chepe, el guardaespaldas de la primera escena que escribí. Un panzón. Después pensé en el otro guardaespaldas, el más joven. Pero hasta ese momento, en el que le tocaba aparecer, no me lo había imaginado. Pensé en cinco o seis potenciales amigos de Chepe. Imaginé qué convenía para la historia. ¿Un jovencito, alguien más grande? Decidí en función de eso: qué le convenía al personaje.
—Algunos han dicho que sus novelas tienen escenas muy cinematográficas. ¿Las ha pensado de esa forma, como para el cine?
—Yo no lo veo así. Me parece que lograr la imagen mental en la escritura no tiene nada que ver con el cine. Que uno pensara en una película significaría que las imágenes serían esa cosa plana que resulta de la filmación cinematográfica. Y lograr la imagen visual, por lo menos en la lectura, no tiene nada que ver con el cine sino con el uso de las palabras.
—¿Qué había pensado ser, antes de hacerse escritor?
—Había pensado en hacerme médico. Estaba muy interesado en las drogas, pero no por recreo sino por el efecto en la percepción. Quería estudiar medicina porque quería ser neurólogo. Era mi fantasía de adolescente. En Guatemala, en ese tiempo, no había posibilidades de pensar en vida de escritor porque no se conocían los escritores, y yo tampoco había leído mucho. Me gustaba leer pero como un lector pasivo. Me había imaginado hacerme hippie, dejarlo todo, porque en realidad no quería trabajar. Estaba clarísimo que no quería trabajar —se ríe—. No quería estudiar leyes, ni economía, que era lo que mi familia quería que hiciera. Luego probé con medicina pero tampoco. Cuando leí a Borges decidí convertirme en escritor.
—Entonces, Borges fue una especie de chamán. Pasó de un interés por las drogas a encontarse con Borges y nunca más pensó en la medicina.
—Algo así…
—¿Y qué le recomendaría a un escritor que empieza?
—Que tenga mucha suerte —dice y vuelve a reír. Después se pone más serio—: Mejor dicho, que crea en la suerte. La suerte está ahí y hay que saberla agarrar. Creo que es esencial para un escritor.
—¿Para Rey Rosa esa suerte tuvo que ver con haberse cruzado en sus inicios con Paul Bowles?
—Yendo para atrás creo que sí, Bowles fue muy importante. En su taller de literatura, en Marruecos, me pasó una cosa: eran todos norteamericanos, todos mucho mayores que yo, gente que ya escribía e iba a enseñarle al maestro sus novelas escritas a medias, y la primera vez que nos reunimos yo me sentí completamente fuera de lugar. Pensé: “¿qué hago acá?” Yo tenía muchas ganas de conocer Marruecos. Después de la clase, Bowles nos invitó a tomar una taza de té en su apartamento que estaba al lado de la escuela. Fuimos todos. Entonces, le pregunté por Marruecos. Me dijo: “Ah, ¿no conoce nada más que Tánger? Debería irse a viajar”. Y me prestó unos mapas. Casi me dijo: “váyase”. Y yo creí que era porque no le había gustado mi trabajo. Pensé: “Es normal, este hombre es muy viejo”. Quizás había pensado que yo estaba perdiendo el tiempo en su clase. “Pues ni modo”, me dije. “No importa, estoy feliz de estar en Marruecos”, y me fui de viaje. Pero cuando regresé me llevé una sorpresa. Bowles me dijo: “Mire, usted no tiene nada que compartir con los señores estos. Pero quería decirle que si me lo permite me gustaría traducir sus cuentos”. Ahí ya cambió mi opinión. El viejo era más buena onda. Yo había leído los cuentos de Bowles pero no sabía quién era él realmente, la suerte que había tenido en ese momento. Tal vez si hubiera sabido quién era habría actuado de otra manera, quizás más tímido, o tal vez no me hubiera atrevido a darle mis cuentos. Como a Borges, digamos. Yo nunca me hubiera atrevido a enseñarle una hoja a Borges. Me alegro de no haber sabido qué representaba Bowles porque yo le enseñé mis cosas de una forma completamente cándida. Claro, si veo para atrás, mi vida hubiera sido mucho más difícil si no lo hubiera conocido a Bowles pero creo que no hubiera dejado de escribir.
Por eso, a alguien que empieza, le aconsejo suerte y mucho trabajo. La suerte para mi es esencial, hay que aprovecharla. Es un poco como las mujeres, no hay que buscarlas pero hay que aprovecharlas cuando están —se ríe y agrega—: Es broma pero sí, creo que la suerte es importante, o sea, las oportunidades. Y es algo que también decía Borges, un escritor siempre está esperando su trabajo, es decir, que la suerte también viene para nosotros, los escritores, en forma de trabajo. Es una suerte encontrar un tema, encontrar una idea y luego trabajarla. La fortuna, o el azar, es lo que nos trae las cosas y si uno no está atento se le van. Hay que dejarse encontrar por los temas. No creo que haya que buscarlos pero sí dejarse encontrar. Y tener mucha constancia. Escribir, más que pensar. Porque a escribir se aprende escribiendo.