Poesía Imprescindible · Aforismos del micro
De César Mermet
(Poeta argentino, 1923-1978)
Hay el micro saber precario, de quien viaja en micro.
Con una diaria lentitud se aprende este oráculo urbano,
este variable modo de anunciarse lo previsto, lo cotidiano,
por alteración sutil de número, presión, estrujamiento o gracia,
combinación de azares alusivos y opacas revelaciones,
como todo el poco, el módico saber total
que corresponde a nuestras vidas,
en sus precisos tiempo y grado.
Y estos son sus viajados aforismos:
–Ya es prodigio estar entre los condenados.
Agradece. Porque quien no está en el pasaje no llega.
–Ya es buen don que en la mañana alguien atienda
tu rogatoria seña y pare.
–Quien pone un pie sobre veloz altura fugitiva
y sostiene con aguerrido brazo demuestra fe eficiente.
Todavía es poco. Pero así se empieza.
–No pienses en tu nombre andando en micro.
Distráete del primer pronombre.
Entrégate dócilmente a un nosotros interpenetrado.
No alimentes excesiva conciencia, cólera, agravio,
orgulloso pudor, corpuscular soberbia. Fluye.
–Aprende que no hay nada personal en el tormento equitativo.
No te instales ni te instituyas ni te fundes,
indiferente o rígido. Ignórate y fluye.
–Hay que entrar blando y desprevenido al micro,
confiado, crédulo, ignorando el día anterior,
memoria y ansiedad y miedo;
anónimo y en blanco, entra ofrecido.
–Con tu prójimo inmediato
conjuga tus volúmenes, sus huesos, los tamaños.
Pero puja. Puja, pero no contiendas.
–Pujando enseña al otro, no tu poder,
sino la necesaria aceptación de todos.
–El destino es lo que importa. El cada cual llegar,
sin gloria pero sin pena, con sencillez cabal y cumplida.
–El que subió después que uno
y aparece sentado antes, ése demuestra silenciosa, descreídamente,
la mecánica infalible y antigua del empeñoso mérito.
El valor elemental del codazo, la virtud del querer firme,
la gradación fatal del propósito cumpliéndose sin uno,
en otro modo arcaico de lo impersonal:
lanzarse el uno a su designio, inapelable, como la bala.
–Si no estás asistido por la virtud original,
feroz, primera y logrera,
atiende a los pacientes aforismos del micro.
–Ni tanto ni tan poco. Conocer el itinerario y los ritmos
de plenitud y alivio admite generosidad, sostiene la paciencia,
confiere elegancia, sabiduría al ceder;
y ayuda a la justa humillación del ávido. Tú espera.
–El que es del todo de este mundo, siempre está sentado todo el viaje.
Pero también el distraído, el que se olvida,
atento a una íntima alegría en su entretela.
–No vale nada apoderarse del piso en grande horqueta
ni engarfiar las manos como crucificado del poder.
Andar en micro viene a ser como bailar, como rodar, como nadar.
Cada kilo inocente; ni en vilo crispado, ni caído a descorazonada inercia,
todo el cuerpo seguro y persuasible,
las piernas inspiradas, muelles, compensadoras,
en las velocidades y en las curvas trabajando, como a caballo,
los brazos firmes, sueltos, alertas y confiados.
Toda la posición cambiante, pronta, plácida y veloz,
como el junco en la cólera del agua.
–Si bien te fijas, quien primero penetra
decidido y sin horror al centro espeso del combate
es quien primero emerge, no los empecinados ni los tibios.
–Si miras con recto corazón, la gente tiene todavía
increíblemente centrada en su propio corazón la gravedad de la mirada.
No blandida, no disparada, no infligida;
discreta, neutra y matizada.
–Milagro es que logremos este mínimo acuerdo, este modesto pacto
de sufrir juntos, sin desgarrarnos,
redondearnos como rodillos comprensivos,
en entendimiento casi compasivo, en un micro-amor primario,
en bastos primeros grados del conveniente amor, digamos.
–Prodigiosa es la contención del fuerte, admirable el coraje del débil,
la pugna del decrépito, la incomprensible suavidad del joven,
la aceptación de cuerpo entero, casto y anónimo, de la hermosa,
el instante de solidaridad entregada,
el fatal fluir seguro del todo líquido, modulado, magnánimo, sin embargo,
que con todo nos solivia y conlleva, como a flote,
y quiere, con buena voluntad, parirnos hacia la salida luminosa.
–Siempre cabe uno más, recuérdalo, cuando te tiente ser mojón,
clausurante frontera, tope plantado.
El espacio es magnitud modulable por la respiración, la buena fe,
y la flexible renuncia al soy y estoy;
cuando el hombre se ignora, es interpenetrable, sábelo.
Donde no cabe uno, caben tres,
y donde todos se aceptan en momentánea unanimidad fraterna,
en efímero amor provisorio, el doble, el triple cabe;
y cabe la reconciliación, en su versión corpórea, por ahora.
–En ámbito del micro, respirar es comunión de resignados.
Es aspirar repeticiones, tiempo usado, aire agotado,
el hálito de todos, el agobio, la sustancia participada,
densa y caída; y es compartir la sufrida inmanencia,
comer la sombra de la absolución, inmersos en un vaho
del todos en proceso, bucear la contingencia,
transubstanciarse la colectividad del colectivo
en el vehículo exhausto y apagado, de un oxígeno endógeno.
–Quien primero descorre su personal ventanilla
es el que sufre asfixia por rechazo; no es por su cuerpo
que pide aire, no por su alma, tampoco por su espíritu;
es por su henchido yo que siente compacto y palpable el miedo, el asco;
ése margina su vida en doloroso y arduo apartamiento,
concédele piedad y desconfíale en caso de fuego,
caída al río, muerte común o transvida compartida;
porque sufre solo, sufre contra todos,
sus tormentos les serán propios y diferenciados
y porque será el último en respirar el agua, en disolverse en fuego,
no será respirado por el ángel. Míralo y recuerda
la solitaria soberbia triste y rígida de su cara.
–Si admites al que te desplaza, por tímidos milímetros,
como achicado él a su ruego, y su ruego a su perfil ladino,
y su cuerpo logrero al pequeño tesón de su hipócrita vida,
si lo aceptas,
lo aceptas con su voluminoso portafolios y sus gruesos paños,
tapados, sombreros y bufandas, su estridente perfume
y el radiante rojo de su inmediata y rotunda cara
irreal, como una enorme cosa que bufa y parece que sonríe.
Cada cual como es y con todo lo que es.
No hay concesión parcial, ni aceptación condicionada;
cuando das lugar, das el total lugar que cada cual reclama,
y debes saber que renuncias a tu espacio, no de una vez,
sino por tenaces veces, durante todo el viaje.
–Compórtate con mesura, conserva tu lugar, aún cediendo.
Y aún permaneciendo, cede. Y sobre todo, piensa:
siempre es posible otra contracción cortés,
cuando ya ni un milímetro es posible, tu retracción por dentro
te ahueca, y se siente, y se agradece, y facilita
la peristáltica bendición del movimiento
en el que todos somos lo moviente y lo movido,
la entrada y la salida.
–No odies a quien dejas atrás como a obstrucción estólida del lento río.
Volverás a tenerlo como socio y cómplice y hermano obligatorio
en una o dos secciones, en unas muchas pero prontas cuadras.
El fantasma no te abandona hasta que lo cancelas por aceptación.
–Si te fuerzan con acento especial en el empuje,
interroga el contacto, asegúrate de su avance objetivo
o de su gestionante designio personal; y en cualquier caso,
conserva tu lugar, con elástica firmeza y justa reticencia.
No es tu derecho, sino la común ley de la persona anónima,
lo que preservas. No tendrás ni el privilegio de ceder
ni la obligación de encolerizarte. Sólo el derecho
de hacer cumplir un ritmo y un tácito acuerdo
de primos de purgatorio, humildes por partes iguales.
–Recuerda que eres miembro de un común cuerpo
a quien le toca legislar por todos, su cuerpo, su tamaño,
su blandura y sus conjugaciones;
todo sea por la global función que nos implica.
Pero persiste sin ira, cede sin derrota, obedece impersonal, por turno,
con objetiva voluntad, sentida
sin capricho, con mesura y austero desapego,
ajeno a ti, fiel a lo que te abarca.
–No te apegues con exceso a grandes ojos pasajeros.
Ni su belleza es tuya, ni es por todo el trayecto
que su alegría es de todos y de nadie.
La promesa ambigua de su mirada no será cumplida en este viaje;
ilumina alrededor, es cierto, pero efímeramente,
como sol milagroso entre dos lluvias.
Bajará antes o después de uno, y si bajara en la esquina que uno,
dejará de ser parienta de destino, diluido aquello de que fuimos parte
uno y sus ojos transitivos.
A toda hermosa le es corona el tránsito.
–Andar en micro es como vivir, un saber lento y tácito,
pero se sabe sólo por el alcance de un boleto que pagas;
y tal vez porque pagas; porque no es un don
te aplicas y modulas con buen oído.
Ser o nacer en cambio es gratis
y desconoces la duración del trayecto y crees que viajas solo,
como en un taxi, y que te sobra vida y gran capricho.
–Es tan solo tu cuerpo y no tus confusas prerrogativas
lo que está dócilmente dado al juego, andando en micro.
Es tu cuerpo y apenas el alma indispensable
lo que llevas al breve viaje,
con la actitud modesta con que deberías
llevarte a andar toda la vida
con todo el ser a cuestas.
(Elegido por Santiago Sylvester)